Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco.
“Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos”. Así reza la antífona de II vísperas del día de la epifanía, que resume muy bien qué celebramos en la fiesta de la epifanía del Señor.
A simple vista, la fiesta del 6 de enero puede quedar camuflada por la envoltura de los regalos. Quién no ha pedido algo a los Reyes. Y, si no lo ha pedido, a quién le molesta que los Reyes le traigan algún detalle, y más todavía si nos traen aquello que deseábamos y no nos atrevíamos a pedir. Todo esto es bueno, y no hay por qué eliminarlo. Bendita fiesta de los Reyes Magos que a todos nos llena de ilusión, desde los más pequeños hasta los más mayores.
Pero, repito, sería quedarnos en el envoltorio, si sólo atendemos a los regalos materiales, que esta fiesta trae consigo. La liturgia de epifanía es de un contenido profundo, que hemos de profundizar al celebrarla. La fiesta de la epifanía no se reduce a un solo acontecimiento. Está integrada por aquellos momentos en que Jesucristo se da a conocer y es reconocido.
En primer lugar, se refiere a la visita de los Magos de Oriente, que se han puesto en marcha ante alguna señal del firmamento, la célebre estrella de Belén, y que, a pesar de las dificultades, les ha llevado hasta el niño. “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. Tres actitudes a subrayar: los Magos son buscadores de la verdad. A través de las señales que la misma creación les ofrecía, escudriñaron los elementos y en coherencia con su búsqueda se dispusieron para recibir la revelación plena, que siempre es un regalo del cielo. Cuando llegan ante Jesús, se postran y lo adoran, porque cuando uno descubre la verdad y la descubre en Dios, en Jesucristo, su ser entero se rinde y se postra en adoración. Qué alegría experimenta el corazón humano cuando se encuentra con la verdad, cuando se encuentra con Dios. El encuentro con Jesucristo genera este gozo indescriptible. Y, por último, ofrecen regalos. Si de Dios viene el don de la fe y de su gracia, el hombre se postra en adoración y le hace entrega de lo que tiene, de lo que es. El regalo es una manera de corresponder al amor recibido gratuitamente.
En segundo lugar, las bodas de Caná. Aquellos novios habían puesto en común y al servicio de los invitados todo lo que tenían, significado en el vino. Pero ese vino se acaba. Las alegrías humanas, aun siendo buenas, son efímeras. Y ahí se manifiesta Jesús, la alegría de su presencia, la eficacia de su gracia. A instancia de María su madre, Jesús hizo su primer milagro, convirtiendo el agua en vino generoso. De esta manera, contemplamos en esta escena la autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná (2º misterio luminoso del rosario): él viene como el esposo de las nuevas bodas de Dios con la humanidad, en las que nunca faltará el vino de su gracia y la invitación a entrar en relación con él como el verdadero esposo, que sacia el corazón humano sediento de amor.
Y en tercer lugar, el bautismo del Jordán. Jesús se ha abajado hasta lo más hondo del mundo, incluso geográficamente, para tocar toda situación humana alejada de Dios por el pecado y santificarla con su gracia. Por esos, entrando en el agua, ha dotado al agua del poder del Espíritu Santo, que lo envuelve a él con el amor del Padre. Fue como un plató significativo: en medio de los pecadores, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, cargándolo sobre sus hombros, y abriéndose el cielo de par en par para presentárnoslo el Padre eterno: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Jesús, el amado del Padre, el amado de todo el que viene a este mundo, el amado de mi alma.
Otras manifestaciones van a apareciendo a lo largo del Evangelio. Y quizá de las más importantes sea el llamamiento a los primeros discípulos para seguirle. Se repite en la vida de cada persona: Señor, ¿qué quieres de mí? Cuando la persona, iluminada por Jesucristo, encuentra su vocación, entiende por qué camino quiere el Señor conducirlo, el corazón se llena de inmensa alegría, es una verdadera epifanía del Señor en la vida personal de cada uno.
Que Dios reparta a todos la alegría en la epifanía de Jesucristo, en la manifestación del Señor.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba