Citas: 1ª lectura: Isaías 42,1-4.6-7. Salmo: 28 El Señor bendice a su pueblo con la paz.
2ª lectura: Hechos de los apóstoles 10,34-38. Evangelio: Mateo3,13-17.
Vivimos un ritmo de vida impuesto por la sociedad; de trabajo, de ocupaciones, de ocio… que nos aturde, nos distrae y nos deshumaniza; escuchamos muchas voces y consignas a través de los medios de comunicación ayudados por las nuevas tecnologías, pero somos incapaces de escuchar desde nuestro interior el espíritu del bien supremo que nos habla desde nuestra propia conciencia para la realización del bien, aunque nadie ansíe el mal para sí mismo. Hemos de aspirar a hacer posible en el mundo el bien común, el de todos. Nuestra tarea es la de saber conjugar armónicamente en nuestra vida el respeto a los demás, la educación en valores, la suavidad y la mansedumbre; con la firmeza, la perseverancia y la valentía necesarias para restaurar: la libertad, la verdad, la justicia, la paz… en pro de la dignidad de todas las personas, de la humanidad entera. No podemos ni debemos consentir ninguna forma de mentira, de manipulación, de esclavitud, de opresión. Y es que, desde nuestro interior, el espíritu, ese aliento de Dios que crea y sostiene la vida entera con sus dones, nos llama, nos fortalece y con sus palabras nos transforma y convierte para que, como enviados de ese Dios, podamos dar luz a las naciones y a todos los pueblos, sintiéndonos privilegiados de poder formar parte de ese proyecto salvador de Dios. Todos, sin ningún tipo de acepción como anuncia San Pedro, estamos llamados a participar en este proyecto liberador del mal desde nuestro propio espíritu y conciencia.
La novedad que Jesús Nazareno trae a la humanidad es la de experimentar a ese Dios misterioso, que hablaba a través de los profetas, como un Padre que nos aconseja, el padre de todos, incluidos los que le niegan y los que no piensan como nosotros. La realización de nuestra tarea contra el mal no va a ser fácil, pues hay muchos intereses contrarios en juego; como seguidores y testigos de Jesucristo lo sabemos, pero también sabemos que hemos de liberarnos de las angustias, las dudas y los miedos y realizar nuestra misión con confianza total en Dios como padre nuestro, cumpliendo fielmente en nuestros ambientes familiares, de trabajo, de convivencia y sociales, a imitación de Jesucristo «que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él», sin escandalizarse del mal de nadie, sino reconociéndolo y asumiéndolo para tratar de superarlo.
Es únicamente desde el espíritu del bien supremo, del Dios creador, Espíritu dador de vida, como podemos actuar y trabajar en beneficio de toda la humanidad, pero para ello necesitamos por el bautismo cristiano, ese don de Dios del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que el del Hijo de Dios, manifestado en el bautismo de Jesús. Los verdaderos cristianos, en medio del mundo, hemos de ser frenos para la agresividad, la violencia, el egoísmo y la ambición humana e instrumentos de reconciliación y de paz a imitación de Jesús, una tarea muy urgente en los tiempos actuales.