1ª lectura: Isaías 63,16b-17.19b;64,2b-7.
Salmo: 79 Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
2ª lectura: 1ª Corintios 1,3-9.
Evangelio: Marcos 13,33-37.
La historia reciente va desmitificando el mito del progreso. El mundo continúa aún lleno de crueldad, injusticias, odios, mentiras, inseguridad, guerras, miedos… que nos hacen perder la esperanza en el ser humano y en nuestro futuro. El debilitamiento de la fe en Dios no nos ha traído una renovación positiva en nosotros mismos ni la fe y la esperanza en la bondad del ser humano, dejándonos un horizonte sin metas, sin puntos de referencia para luchar contra nuestros males y egoísmos. Al parecer ha llegado la hora del pragmatismo, el consumismo, el hedonismo… buscando una felicidad que no nos llena ni nos satisface plenamente y una seguridad incierta en nuestro aislamiento y en nuestra vida privada. Cada vez crece más la indiferencia y nos comprometemos menos para hacer que la vida sea diferente y mejor para los que nos rodean, sin preocuparnos demasiado por los derechos humanos y por el bien común. Las democracias no se basan en el diálogo y el consenso, sino en la imposición de las mayorías, y quienes nos gobiernan se preocupan únicamente de defender sus ideologías e intereses partidistas.
Eliminando a Dios de nuestra existencia parece como que el ser humano se va convirtiendo en una interrogación sin respuesta, un proyecto sin sentido, un caminar por una vida corta hacia ninguna parte, por eso necesitamos celebrar la encarnación.
La orden de Jesús Nazareno «vigilad» «estad alerta» no es únicamente para sus seguidores, es para todos los seres humanos de todos los tiempos. Es una llamada a vivir de manera más lúcida e inteligente, sin dejarnos arrastrar por la insensatez de los egoísmos; una invitación a mantener despierta la resistencia al mal y a la muerte que nos rodean para ver la realidad con ojos nuevos; las cosas no son como parecen y en el corazón humano, gracias a Dios, hay más bondad, ternura y misericordia de lo que a primera vista podemos captar, pero hemos de reeducar nuestra mirada y luchar por hacer la vida más positiva y benévola. Todo cambia cuando, igual que Jesús Nazareno, miramos a los demás con simpatía, desde la ayuda, la entrega, la misericordia y el amor de Dios; tratando de comprender sus limitaciones y miserias, iguales a las nuestras. Hemos de aprender a vivir buscando el bien de todos sin ceder a la indiferencia sin desentendernos de la gente, viviendo con pasión la aventura del día a día, sufriendo con quienes sufren y gozando con quienes gozan. Haciendo la vida más agradable a los que nos rodean y entendiendo que todos formamos parte del misterio de esta vida desde Dios y para la gloria de Dios. Desde nuestra fe y confianza en él, Jesucristo viene para hacernos presente el encuentro pendiente con su persona, su proyecto y nuestro destino a su lado construyendo, con la fuerza del Espíritu Santo, un futuro que desemboca en una vida sin fin en Dios.