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Puente Genil
domingo, octubre 6, 2024

Es el Espíritu Santo quien nos da la verdadera vida

1ª lectura: Génesis 3,9-15.

Salmo: 129 Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.   

2ª lectura: Corintios 4,13-5,1.

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Evangelio: Marcos 3,20-35.

El mal siempre ha sido descrito como algo que nos viene de fuera o de otros por nuestra condición y fragilidad; pero en realidad está, sobre todo, en lo que en el presente cada uno de los seres humanos hacemos o dejamos de hacer con respecto a los demás. Siempre proyectamos el mal al que está frente a nosotros, intentando justificar como bueno, desde nuestro egoísmo, todo lo que hacemos, y protestamos ante lo que antes hemos sufrido, lo que nos ha pasado o lo que nos han hecho otros, culpabilizándolos así de lo malo que pasa ahora. Al final las consecuencias, como siempre, las pagarán los más débiles e indefensos. Y es que el mal nos envuelve, a veces incluso nos fascina y nos empapa de libertad desmesurada mal entendida; y siempre nos abruma y oprime, dejándonos luego vacíos, desnudos por dentro y por fuera y sobre todo sin conseguir esa vida y esa felicidad que anhelábamos, sintiéndonos culpables; vida y felicidad que no se pueden alcanzar desconectados del bien supremo que es Dios.

¿Quién puede librarse del mal? Para luchar contra él mal, el pecado y la muerte es necesario percibir esa promesa de Dios de que todo ello lo podemos vencer amando, sin proyectarlo sobre nadie, sino valorando la dignidad del otro como idéntica a la nuestra  desde la empatía y desde la misma fragilidad, para acogerlo desde el amor proyectado en nosotros por el creador de la vida.

Vivir esta vida según Jesucristo, es sembrar la nuestra y aprender a entregarse haciendo todo el bien posible para que otros también tengan vida en abundancia, aunque esto suponga esfuerzo, sacrificio y muerte. Tenemos que aprender a gastar nuestra vida para sembrarla en la comunidad y que esta sociedad acoja esa liberación y vida eterna que trae Jesucristo en nombre de Dios para todos. No se puede vivir la resurrección sino muriendo. Nuestra suerte y nuestra salvación están ligadas a Dios y a las de las comunidades; hemos de saber mirar al futuro de todos y de la vida en general para ver claramente nuestra misión en este mundo.

El Espíritu del Bien es la fuerza que actúa en nosotros, no es nuestra. Es ese mismo Dios de la vida inspirando y transformando las nuestras. Todos estamos habitados por ese Espíritu, lo importante es no apagarlo y avivar su fuego en nosotros. Una comunidad o sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo y la existencia sana de todas las personas desde la entrega y el amor mutuos, lo contrario conduce a la fragmentación en familias, castas, ideologías…más o menos importantes, lo que nos lleva a la confrontación y a las guerras. Hemos de aprender a vivir, no únicamente para nosotros, nuestra familia y los nuestros, sino para todos, como la gran familia humana de los hijos del Dios de la vida.                         

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