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martes, marzo 19, 2024

“Como un rayo de sol atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo.” San Pío X…Por Ernesto Cáceres

“Como un rayo de sol atraviesa el cristal sin romperlo ni mancharlo.” San Pío X

Con este poético símil desarbolaba este teólogo santo a principios del siglo XX todo ataque a la virginidad de María. Echáoslo a la mochila, tenedlo cerca y disponible, que corren tiempos en que el cristiano ha de soportar la burla ajena con frecuencia. Sean nuestra defensa un verso y una sonrisa. Es curiosa la naturaleza humana, contradictorio siempre el hombre, que a una época que se pregona de tolerancia se le haya vuelto del revés la piel para no transigir con quien encuentra su sitio en la espiritualidad.

Ernesto Cáceres

No vemos las cosas como son, dicen, sino como somos. Quizá todo se reduzca a esto. Cada uno proyecta su luz o su sombra viendo en su entorno solo lo que en realidad anega su corazón. El cristiano hoy día soporta odios inexplicables –si bien la irracionalidad es inherente a tan oscuro sentimiento–, porque, cuando el impulso es detestar, la gente simplemente detesta lo que tiene a mano e idealiza lo exótico. No pocos de los que se han criado en nuestra cultura occidental, cuya base es el judeocristianismo, consideran, por ejemplo, cool y moderno acudir a ejercicios orientales de relajación en los que en silencio, controlando tu respiración, entras en comunión con el cosmos, y defienden el ilimitado número de seres que habita en los incontables universos budistas y que en número infinito son llevados al nirvana, la meta salvífica, pero consideran recalcitrante, sin sentido y ofensivo a la razón que un católico pueda mantenerse un tiempo prolongado en oración, adorando un Sagrario y sintiéndose en paz; a no pocos mola eso de hablar del karma, de que en la vida se recoge lo que siembras, de que somos energía, pero resulta insultante al intelecto que otros creamos en la sempiterna lucha del bien contra el mal, en que está en nuestra mano inclinar la balanza, cuando en esencia, en este aspecto, el concepto es básicamente similar. Por cierto, por supuesto que el mal existe, y, si quieren conocer su faceta más feroz, esperen a verlo defenderse.

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Purísima Concepción

No desfallezcamos. Tenemos derecho a creer lo que queramos, solo sigamos a nuestro corazón.

Y yo creo que sí, que ocurrió, aquella Inmaculada Concepción digo, igual que un rayo de sol atraviesa el cristal sin mancharlo ni romperlo. Y creo que la solidaridad en la vida es imprescindible, pero creo también que la oración es útil, porque nos apacigua, y nos prepara y predispone a la aceptación. Porque en la meditación de los misterios teológicos se encuentran respuestas. Y María es el perfumado umbral a esa paz.

Nada debió ser fácil. Para Ella digo. Su unión con un hombre de otra edad, el embarazo antes del rito nupcial, la anunciación por un ser angélico, lo sobrenatural, el desconcierto, el miedo, el riesgo de ser rechazada por su futuro esposo y desahuciada por la sociedad, su pobreza,… Pero dijo sí. Sí a todo y con todas sus imprevisibles consecuencias. Y se dio cumplimiento a lo profetizado en un libro de entre el siglo VIII a VI antes de Cristo: Isaías. Porque ese es uno de los grandes misterios que desconoce quien no se acerca a la Historia de Amor más hermosa jamás contada: en Cristo se cumplen más de 500 profecías contenidas en libros judíos de siglos anteriores. Crean lo que ustedes quieran, pero déjenme creer a mí, que no puede ser falaz este jubiloso aleteo que siento en el pecho mientras escribo, esta sacudida, esta intuición, este pétalo de trascendencia que un 8 de diciembre más cae con levedad en nuestras manos, como una señal del camino, desde una flor transparente.

No se confundan, no argumento a favor de la superioridad moral de los cristianos, no adquirimos con el bautismo ninguna carta de naturaleza que nos haga superiores ni mejores que los demás. Pero elegir la búsqueda de la bondad por opción de vida, al menos su tentativa –cuántos tropiezos y olvidos nos aguardan en dicha ruta–, es bastante más de lo que hacen muchos furibundos críticos de la doctrina nazarena. Eso sí, servimos en bandeja de plata a quienes se autoproclaman nuestros enemigos los dardos envenenados con que mortificarnos, ¿verdad?, porque nuestros referentes son de tal perfección, que a menudo es imposible estar siquiera a la altura de sus tobillos, y, claro, la comparación y el reproche son fáciles –reconozcan que se está más cómodo en la grisura de la indefinición ética, y no me den lecciones teóricas de solidaridad, que no es activista quien dice que el río está sucio, sino quien va y lo limpia, la frase no es mía, que, como escribió otro santo, hay a quien se le conocen más letras que voluntad–.

Ser cristiano es muy difícil, es obvio, porque es un auténtico desafío. Cada uno hace lo que puede.

Pero ahora les propongo un pequeño juego: busquen entre el millar de interesantes consejos que nos da alguien tan respetable como el Dalai Lama para vivir en paz interior cuántos de ellos se refieren a ayudar al necesitado, a arremangarse y tirarse al barro, a luchar por otros… La diferencia radica en que hay religiones y filosofías de vida en las que el individuo vive hacia dentro, mientras que el cristianismo nos dice que miremos hacia fuera, hacia los demás, hacia el prójimo. Crean lo que ustedes quieran, pero déjenme creer a mí, que siento concentrarse en la Custodia toda la luz del mundo.

El católico actual debe hacer autocrítica en muchas cosas, no lo niego, y esto que sigue ahora hay a quien no va a agradar. En fin, el hombre que intenta ser justo debe estar preparado para estar solo. Debemos sustraernos a la tentación de la idolatría, recordar siempre que los iconos son ventanas cuya función es abrir nuestros ojos a la fe, pero que, si distraen en demasía nuestra mirada del Sagrario, pasan a convertirse en ídolos que lo eclipsan; debemos liberarnos de prejuicios y de miedos también nosotros, ¿qué es eso de temer al diferente?, ¿tan débiles son nuestras convicciones?, esto no va de decirnos las mismas cosas a nosotros mismos durante todo el tiempo, o al menos no va solo de eso, esto va de hablar a otros de esta maravilla que nos arde dentro del corazón, pero hablar, sobre todo, con hechos, ayudando al que no cree, dejad la verborrea para los mercaderes, actuemos de tal modo que nuestro prójimo se interese en nuestro porqué, sobrarán sesudas explicaciones; debemos más que nadie mitigar el impulso de la vanidad (busquen en la red qué Reverendo Padre dijo no hace mucho eso de que no debemos buscar con cargos en Cofradías la notoriedad que no conseguiríamos en ningún otro ámbito de nuestra vida, que ser cofrade es estar al servicio de los demás; y no me malinterpreten ni generalicen, hay una pléyade de personas generosas y ejemplares en el mundo cofrade), ay la vanidad, el primer pecado capital del que nacen todos los demás, de qué pesada losa se libera el hombre que la vence; y debemos, antes que nada, vivir alegres y agradecidos.

Así entiende torpemente todo este que suscribe, ojalá sepan disculparme.

Continúen con su menosprecio los intelectuales, apelmacen los pilares de arena de su superioridad, si les place, aquellos, hasta cercanos, con cuyo beneplácito puedo no contar –uno encuentra contrarios en la vida hasta limitándose a hacer lo correcto, no puede controlar lo que ocurre dentro de la imaginación del otro–. Crean lo que ustedes quieran, pero déjemne creer a mí, que he encontrado un tesoro del que no querría separarme nunca. Que hay una mujer joven, ay, albricias, hay una mujer sola, una mujer pobre, una mujer valiente, mujer en flor y temblor, de mejillas sonrosadas por la dicha y alhelíes en el pelo, que a un Ángel del Cielo ha dicho sí, y ha aceptado su destino, y ha desatado en el orbe la algarabía y el canto intrépido de los arroyuelos de oriente y el feliz bullicio de los pájaros, porque ha ocurrido, sin quebrar el velo de su pureza, sin manchar su vientre ni su pensamiento, como la luz que atraviesa el cristal sin romperlo, y ya se aloja en su seno, ay, bendito regazo de Madre, refugio sagrado, el Redentor. Ella se llama María. Y yo creo.

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