Asistimosresignados (y en mi caso también, y con perdón, asqueado) una vez más a la típica pantomima educativa cada vez que se constituye un nuevo gobierno. Definitivamente, la Educación en nuestro país se ha convertido, por decirlo sin groserías, en el comodín para que, cada vez que echa a andar unanueva legislatura, los dirigentes políticos de turno de todo el arco ideológico simulen situarse como preocupadísimos actores por el futuro de la sociedad española. Para ello, no exponen, con propósito de enmienda y talante de consenso, cuestiones verdaderamente sustanciales, por evidentes y enquistadas en el tiempo, para mejorar la Educación de nuestro país, sino que recurren a temas idóneos, a los que no quito su importancia,para convertir (en las redes sociales, medios de comunicación y, lo más grave, en el mismísimo Parlamento) elsaludable debate educativo en un patio de vecinos o barra de un bar en el/la que al final, de cara a la galería, se lleva el gato al agua el que exabrupta el disparate más disparatado de los disparates.Unas veces ha sido la Religión, otras la Educación para la Ciudadanía o Valores Cívicos; recuerdo, incluso, cómo en una ocasión el tema estrella lo copó el importantísimo y vital asunto, para el porvenir de nuestros más pequeños y pequeñas, del uniforme escolar…, mas nunca se ha planteado, con el mismoarrestoy determinación: la elevada ratio de alumnado; la falta de profesorado; la desautoridad del docente; el dantesco discurrir, sin ton ni son, de leyes educativas (casi ninguna de ellas llega, por falta de tiempo, a implantarse en su totalidad); los desastrosos planes de estudios ofrecidos en las facultades de Magisterio; los irrisorios gastos de funcionamiento de los centros;la climatización delos centros; las tareas de mantenimiento de los centros; la sobrecarga burocrática que convierte a los maestros y maestras en oficinistas, quitándoles tiempo y energía para atender a su alumnado; las lamentables condiciones laborales de los imprescindibles monitores y monitoras de Educación Especial o el presupuesto económico,por debajo de la media europea, que se asigna a Educación.
Esta vez, el tema estrella está siendo el famoso y dichosoPIN (no el de los móviles) que ya está implantado en una región. Un PIN que pretende que los padres y las madres podamosevitar que nuestros hijos e hijas asistan a determinadas actividades complementarias organizadas por los centros y centras (¡uy, perdón!, se me ha escapao…) educativos y educativ… (¡por poco!). No voy a entrar en detalles sobre esta polémica (una actividad complementaria –¡ojo!, no confundir con una extraescolar-, guste o no, es de obligada asistencia para el alumnado si se han seguido todos los requisitos normativos para su puesta en práctica), al considerar, firmemente, que el problema radica en la sonrojanteincapacidad de nuestra clase política para consensuar, de una vez por todas, una LEY EDUCATIVA fundamentada en la opinión y el saber de los profesionales de la Educación, en la que todos los responsablesimplicados en su elaboración tengan que ceder partede sus presupuestos ideológicos iniciales, en aras a conseguir su estabilidad y perdurabilidad en el tiempo.Así evitaríamos tamaños espectáculos mediáticos.
Mientras la Educación en España no adquiera, en todos los estamentos sociales y, por supuesto, políticos, la consideración de herramienta primordial, e independiente, para la vertebración real de nuestra sociedad, estas pantomimas continuarán apareciendo al comienzo de cada ciclo político. Y padres, madres, maestros, maestras y equipos directivos continuaremos asistiendo impávidos a semejantes espectáculos propiciados por una clase política cortoplacista e incompetente para cumplir, con sensatez y diligencia, el comedido para el que ha sido elegida. Los perjudicados: como siempre, nuestros hijos e hijas.