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viernes, marzo 29, 2024

Experimentar la alegría de la salvación que ofrece Jesucristo a través de nuestra conversión…

 

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario.          

Experimentar la alegría de la salvación que ofrece Jesucristo a través de nuestra conversión.  

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1ª lectura: Sabiduría 11,22-12,2.  – Salmo: 144 Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.    

2ª lectura: 2ª Tesalonicenses 1,11-22.- Evangelio: Lucas 19,1-10.  

Sería conveniente que cada uno de nosotros no estuviéramos tan pendientes del mal que hacen los demás seres humanos que nos rodean y comenzáramos a apostar de veras a favor de la bondad que se oculta en el fondo del corazón de las personas para así compartir el optimismo y la esperanza que el propio Dios tiene por la humanidad y su capacidad de conversión, a pesar de que los seres humanos hayamos perdido la confianza en nosotros mismos, vistos los acontecimientos de nuestra historia.

Todo lo creado tiene un sentido positivo, no sólo porque viene de Dios, sino porque es bueno para la vida. Dios en todo lo creado ha proyectado su sabiduría, su bondad, su belleza. El mismo Dios que nos ha creado con su poder no puede destruir a nadie para Él triunfar, pues también de sus manos salen las oportunidades para evolucionar y cambiar, para ser otras personas y emprender un camino nuevo. Todas la criaturas, todos los seres vivos existimos de la mano del Dios de la vida; respetar la vida, trabajar por el bien de todos, es un canto a la gloria de Dios y a la dignidad humana que cada persona lleva en el interior de su corazón donde habita el espíritu de sabiduría, de felicidad y de bondad que nos ayuda a vivir haciendo el bien para todos; lo contrario acaba en necedad y extinción; en muerte.

El encuentro con Jesucristo nos debe de servir, como a Zaqueo, para reconocer nuestros errores y convertirnos en personas desprendidas y magnánimas, una conversión apoyada  también en la magnanimidad del Dios revelado por Jesús Nazareno. Y es que este pasaje evangélico plantea un debate crítico, no sólo con los ricos y con los que ponen su afán en la codicia, el poder, el lujo, el dinero… sino también con los que murmuran contra los pecadores. Dios, que conoce bien nuestra condición humana, tiene misericordia ante nuestros errores y pecados. En Él no existe el odio ni el resentimiento.

El seguimiento de Jesucristo está lleno de dificultades, pero hay que seguir en esa consecución definitiva de la paz y la justicia, desde la entrega, la misericordia y el amor mutuo; desde el egoísmo y el odio no podemos construir nada. Es necesario insistir desde la fe y la esperanza para seguir adelante en esa acción caritativa y de conversión. El paso de Jesús Nazareno por nuestras vidas, al igual que para Zaqueo, debe significar un cambio profundo en nuestro ser desde el interior, desde la verdad de nuestro corazón y de las cosas, para atender a la vida de las demás personas desde el bien que le podemos proporcionar, sin entrar en la murmuración y la crítica, pues todos cometemos errores.              

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