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viernes, marzo 29, 2024

«Eternas»… a las Hijas de Salfad en su XXVº por…Ernesto Cáceres

ETERNAS….(A “LAS HIJAS DE SALFAD” EN SU XXV ANIVERSARIO)

Abogado y escritor.

Tendríais que ver cómo ríen juntas, cómo cantan juntas, cómo rezan juntas, cómo luchan juntas, cómo hacen del sueño de una una ilusión común, de la adversidad de una la briega de todas; tendríais que ver cómo se abrazan, cómo se miran, cómo estrechan sus manos, cómo se jalean, cómo se alientan, cómo se alzan, cómo se sostienen, tejiendo de amor una red invisible para que ninguna caiga; tendríais que ver cómo se ayudan, cómo se cuidan; tendríais que verlo y comprenderíais entonces que son invencibles, que son eternas.

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Tendríais que ver el cariño con que ponen la mesa, la alegría con que disponen flores sobre el mantel, el mimo con que colocan la vajilla, el entusiasmo con que reciben a sus huéspedes, el aroma a hogar que inunda cualquier recinto en que se hagan presentes juntas, porque juntas lo son todo, lo hacen todo, respirando casi al unísono, juntas se transforman en algo poderoso y cautivador, algo indestructible, como un animal mitológico, porque su fuerza, porque su ternura y su belleza todo lo llenan, y su calidez conforta el alma más aterida, sea frío o sea miseria lo que llegues arrastrando en el hatillo, porque su compañía es sanadora, y todas tienen un algo de ángel y un algo de madre, y jamás abandonarían a nadie herido, que en su casa el peregrino siempre encuentra un cuenco de caldo caliente, un trozo de pan recién horneado, un asiento junto a la hoguera, porque ellas mismas son pan, y son fuego, y son vino y alimento, y son reposo, y son refugio.

Tendríais que ver la dulzura con la que se ajustan mutuamente las túnicas y se alisan los pliegues del capillo -ay sus manos delicadas, manos de madre, manos de hermana-, el cuidado con el que se ciñen el cinturón unas a otras, tan hermosas, como colocando un lazo a la cintura de la primavera, que abril no llega de veras ni del todo sino cuando el Martes Santo ellas salen de su Cuartel, impecables, perfectamente alineadas, terciopelo de silencio bordado sobre el lino de la tarde, cubierta su faz por el capillo, en busca de su Madre del Consuelo, y convierten las calles empedradas que transitan en un campo de cerezos en flor, anónimas todas para el espectador al que sorprende el sereno golpe de mar corinto y sombra, sus rostros ocultos sólo adivinados por ellas mismas, que se saben los gestos y las siluetas y el caminar de cada otra y sienten una punzada en el pecho cuando detectan que otra va llorando, y se buscan los ojos para encontrar los de la doliente, y sobre ella cae invisible entonces, como en pavesas o en aguacero, el corazón de todas sus hermanas, y un mar de hilos transparente se tensa desde todas partes para volver a poner a la atribulada en pie, y ésta, ya más ligera, da gracias a sus hermanas con los secretos códigos que ellas solas conocen, y el mundo no ha visto nada.

Tendríais que ver cómo ríen juntas, sí, cómo cantan juntas, cómo rezan juntas, con qué delicadeza lo hacen todo. Cuando las conozcáis, ay, Las Hijas de Salfad eligieron llamarse, comprenderéis lo que es la amistad y el cuartel y la Mananta y la vida.

Ernesto Cáceres Molina

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