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viernes, marzo 29, 2024

Discernir, desde la sabiduría de Dios, para dar plenitud a las leyes

1ª lectura: Eclesiástico 15,15-20.   Salmo: 118 Dichoso el que camina en la ley del Señor.    

2ª lectura: 1ª Corintios 2,6-10. Evangelio: Mateo 5,17-37.  

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Son muchas las situaciones y experiencias que configuran nuestra sensibilidad personal: la historia familiar y social, nuestra cultura, las amistades, los triunfos y fracasos… La psicología y la educación tienen mucho que enseñarnos frente a las actitudes éticas y morales que hemos de valorar y tomar. Pero cada ser humano llevamos en nuestro interior, como don del Dios Creador, una naturaleza tendente a  hacer el bien y no el mal. Saber discernir y hacer o no caso a esa llamada es opción nuestra. Los seres humanos somos libres para ir decidiendo  nuestra vocación y nuestro destino. Dios no nos obliga a elegir entre el bien o el mal, somos nosotros los que hemos de valorar, desde nuestra libertad y nuestra conciencia, si elegimos entre uno u otro. La verdadera libertad también es un valor, un don de Dios, que cuando se ejercita nos hace correr riesgos, ya que todo lo que hacemos tiene también unas consecuencias. Por ello para la verdadera libertad han de conjugarse el conocimiento y la sabiduría con la buena voluntad y sobre todo con el verdadero amor. Es importante que reconozcamos que para el ejercicio de esta libertad verdadera es necesario también la limpieza de corazón, la autenticidad y el sentimiento de justicia, pues por el contrario la mentira, el egoísmo y los intereses personales, impiden  una actuación clara y verdaderamente libre en favor del bien de todos.

La sabiduría que nos hace libres a los cristianos no busca el dominio ni el triunfo sobre los demás, ni la riqueza, ni el pasarlo únicamente bien; los que así piensan al final no han realizado nada que merezca la pena en beneficio del prójimo y se encuentran con las manos vacías. Es la sabiduría de Dios la que nos enseña a saber perdonar, a amar; la que puede construir un mundo de relaciones que nos transformen en personas y les devuelva la dignidad y la libertad a quienes otros se la han usurpado. Jesucristo ha venido a revelarnos esa sabiduría y esa voluntad de Dios que consiste en que no dejemos espacios en nuestro corazón para el mal. Cualquier tipo de violencia es un atentado contra la vida, hemos de rechazar la ira contra el adversario, arrancar de nuestro corazón el deseo de que muera; es importante en cambio fomentar la paz, el diálogo la concordia y no buscar pleitos. Hemos de buscar la pureza en nuestras relaciones familiares y matrimoniales basándolas en el respeto y en la integración, desde un amor verdadero por encima de lo erótico y del sexo. Los asesinatos, los adulterios, las mentiras, las envidias, las injusticias… salen del corazón humano, es ahí donde se toman las decisiones. Es el Espíritu Santo procedente del Dios Creador y de Jesucristo,  Hijo de Dios, quien debe de conducirnos a los seres humanos al discernimiento entre el bien y el mal  y a unas relaciones fraternas de lealtad y de respeto.                    

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