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viernes, abril 19, 2024

Amar, incluso a los enemigos…

VII Domingo del tiempo ordinario…Amar, incluso a los enemigos.

Citas: 1ª lectura: Levítico 19,1-2.17-18.   Salmo: 102 El Señor es compasivo y misericordioso.    

2ª lectura: 1ª Corintios 3,16-23. Evangelio: Mateo 5,38-48.  

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Mientras más nos sensibilizamos ante los funestos aconteceres de nuestra historia y cómo los derechos humanos son pisoteados, paradójicamente, más aumenta el recurrir a la violencia para llevar a cabo los cambios profundos que se anhelan. Parece como que no hubiera otro camino contra la injusticia y la violencia que la ley del talión. Sin embargo al mal no se le puede vencer con el odio y la violencia, sino con el diálogo y el bien, pues el mayor defecto de cualquier tipo de violencia es, que va generando una espiral que lo destruye todo, aumentando el dolor y el mal para todos. Jesucristo nos invita a trabajar, desde nuestro corazón, porque la violencia no sea nunca lícita, buscando siempre caminos de fraternidad, amando incluso a los enemigos.

El amor no se puede vivir en soledad sino que se expresa en relación con el otro, con los demás, en comunidad. Nuestra tarea como Iglesia tampoco es vivir esa fraternidad que nos ha sido revelada por Jesucristo y a la que nos llama el mismo Dios, únicamente para nosotros; los creyentes, hemos de estar abiertos al mundo entero. Cierto que en la Iglesia compartimos un único corazón y un único espíritu; el de Jesucristo, pero hemos de aprender a vivir la verdadera fraternidad desde la diversidad; cada cual desarrollando sus dones y realizando su misión siempre desde la perspectiva de la entrega, el servicio y la utilidad a los demás.

Ante los acontecimientos históricos que nos desagradan porque atentan contra nuestra seguridad, nuestra dignidad y la vida de todos, hemos de saber llevar buenas noticias a los demás, no sólo de palabras, sino de obras, que es lo que hizo Jesús Nazareno; para que de verdad todos los pueblos conozcan el mensaje de acogida, vida, perdón, amor y salvación, que viene de parte de Dios, un mensaje que sigue siendo importante actualizar entre nosotros y que debe de continuar siempre vigente en generaciones venideras. Hemos de aprender a liberarnos de todo tipo de personalismos y de la sabiduría de este mundo para centrarnos en las ideas de Jesucristo, únicas liberadoras del mal y de la muerte, pues todo lo que aquí deslumbra no perdura, únicamente perdura el amor y el espíritu de un Dios Padre que desea que nos hagamos el bien los unos a los otros para liberarnos de todo mal. Ya vemos que desde el odio, desde el «ojo por ojo y diente por diente», desde el desarrollo armamentístico, no podemos resolver los problemas de la vida de todos los hijos de Dios de cuya dignidad ninguna persona debe ser excluida. Como discípulos de Cristo nuestro santo y seña debe ser nuestra radical oposición ante cualquier tipo de violencia, una violencia sufrida por él y a la que no puso venganza sino perdón. No hay nada más grandioso, más digno pero más difícil de vivir que el amor a quienes nos odian. El sentido de la perfección sólo lo podemos encontrar en Dios y aunque nos parezca una utopía hemos de ser conscientes que Jesús Nazareno llevó el amor y el perdón a la práctica y también muchos de sus seguidores, por ello debe de ser irrenunciable el esforzarnos para conseguirlo también nosotros, lo demás hemos de dejarlo en manos de Dios Padre que nos ayudará a cambiar nuestro corazón.                           

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