III Domingo de Adviento. De la AlegrÃa (Gaudete)
1ª lectura: IsaÃas 61,1-2a.10-11. Â
Salmo: Lucas 1,46b-48.49-50.53-54 Me alegro con mi Dios.
2ª lectura: 1ª Tesalonicenses 5,16-24.
Evangelio: Juan 1,6-8.19-28.
En esta sociedad de abundancia y de supuesto progreso, lo que más escuchamos es la publicidad de lo superfluo y lo trivial, las soflamas de los polÃticos prisioneros de sus estrategias y todo tipo de discursos interesados por los que se consideran importantes y poderosos; por eso los seres humanos de hoy, al igual que en el tiempo de IsaÃas, estamos también necesitados del testimonio y de palabras positivas provenientes de personas de fe, sobre un futuro de seguridad y de felicidad, que nos llenen de esperanza y alegrÃa en un mundo lleno de hostilidades, divisiones, agresividad y dificultades. No es fácil permanecer contentos ni tranquilos recordando las situaciones históricas que hemos vivido y las que estamos viviendo: de injusticias, de confrontación, de guerras y de muerte; por eso no es fácil poder estar alegres.
Para empezar a sentir esa paz interior, esa alegrÃa y esa felicidad; primero, hemos de aprender a vivir aceptando la realidad como es, viendo las dificultades y sufrimientos de los demás antes que los nuestros propios, tratando de hacerle todo el bien posible desinteresadamente; y por otro lado, comenzar a confiar en la seguridad de que los planes misericordiosos prometidos por Dios y manifestados en Jesucristo, a pesar del odio, del mal y de la muerte, se realizarán cumplidamente.
Es el mensaje evangélico el que necesariamente conlleva la experiencia humana de auténtica alegrÃa, de esperanza y de salvación, por la presencia de Dios (Padre, Hijo y EspÃritu Santo) en nuestras vidas, garantizando asà esa experiencia positiva. La misión profética como enviados por Dios, es el hilo conductor de la historia de salvación evangélica. Son enviados: los profetas, Juan el Bautista como testigo, y también Jesús Nazareno; el MesÃas, el Hijo de Dios a quien llama Padre. Es enviado el EspÃritu Santo y es enviada la Iglesia entera para hacer todo el bien posible a todos los demás.
El testimonio es necesario como realidad trascendente para las personas. Nuestra misión es también dar testimonio de Jesucristo; la Palabra de Dios que se hizo carne por nosotros, que vino para darnos esa luz que pone de manifiesto los aspectos oscuros y negativos del ser humano y que ilumina el proyecto de salvación de Dios para toda la humanidad, cumpliendo asà lo que se anunciaba. Un plan Para que miremos la grandeza y la gloria de Dios desde nuestra pequeñez y humillación pero desde nuestra entrega amorosa en comunión en favor del bien y de la vida. Un proyecto que se fija con gran misericordia en los más desfavorecidos para ensalzarlos y sacarlos de su situación de abandono, pobreza y miseria en la que viven a causa de los que se consideran superiores y poderosos. No somos profetas, ni mesÃas, pero sà podemos ser voces al servicio de la Palabra de Dios, que gritan en el desierto de la vida «allanad el camino al Señor»
Nuestro mayor error es no conocer aún al Dios de la vida que está en medio de nosotros.