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sábado, mayo 4, 2024

«Bienaventurados los que crean sin haber visto»

II Domingo de Pascua.

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles  4,32-35.Salmo: 117 Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.   2ª lectura: 1ª carta de San Juan 5,1-6.Evangelio: Juan 20,19-31.

Compartir la vida y los bienes para que no haya pobres ni desamparados en las comunidades es, sin duda, el reto de toda sociedad que se precie como tal; y sobre todo de la Iglesia de Jesucristo. No puede haber Iglesia sin comunión, pero eso también requiere tener un mismo espíritu de ayuda y de entrega a los demás; según los carismas y dones con los que Dios nos ha dotado y enriquecido a cada persona y actuar según las necesidades que veamos en los demás. En estos tiempos constatamos que se están perdiendo los valores para una mejor convivencia y que todavía no somos capaces de alcanzar los derechos fundamentales de las personas que tanto se reivindican porque no  caemos en la cuenta de que; para que estos derechos sean realidad, es necesario cumplir todos también con unos deberes fundamentales, desde la libertad y el respeto a todas las personas. Nos cuesta mucho cumplir con esos mandatos que, desde nuestro origen Dios nos reveló, entre los que podríamos destacar; el honrar a los padres, no matar, no robar, no codiciar los bienes de otros, no mentir, no abusar ni cometer actos contra la dignidad de los demás…etc.

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Únicamente desde la fe en Dios y por el sacrificio de su Hijo Jesucristo, podemos alcanzar la fuerza suficiente para no caer en la tentación de incumplir los mandamientos de Dios y denunciar también la ignominia de un mundo egoísta, desalmado y cruel; dejándonos llevar por el Espíritu de Jesucristo Resucitado que se ha quedado presente en medio de nosotros, para que con él, podamos llevar una nueva vida diferente a la que, desde los poderes mundanos, se nos ofrece; basada en la entrega, desde el amor fraterno, de los dones y bienes personales, y dejando a un lado la competencia, la confrontación, la imposición de ideas desde la mentira, la violencia, las guerras… Un amor fraterno, mandamiento principal del cristiano, motivado y movido por las relaciones entre Dios y los seres humanos y entre las personas unas con otras. No pueden darse el amor, las buenas relaciones, ni la sociabilidad, desde el egoísmo, la competencia y el odio.

Jesús Nazareno se sacrificó y entregó su vida por darnos a conocer ese proyecto de Dios Padre. Únicamente desde la fe en Jesucristo Resucitado, a pesar de nuestros miedos al mal, a los malvados y a la perdida de nuestro bienestar y de nuestra vida terrena; podemos entender que hay que morir al egoísmo y al odio para vivir desde el amor del Dios de la vida, formando un solo cuerpo y un sólo espíritu con Él para el bien de todos.                

Es el Espíritu del Resucitado quien, desde nuestra unidad y compromiso, inicia una nueva misión humana en las personas, desde la fe, como discípulos suyos, para que abriendo puertas y rompiendo barreras y muros experimentemos, ya aquí, la vida verdadera, desde el proyecto del Reino de Dios que trae Jesucristo a nuestra existencia, teniendo un encuentro personal con él desde la comunidad para vivir desde la paz, la alegría y el amor verdaderos.       

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