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sábado, julio 27, 2024

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio»

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles  1,1-11.Salmo: 46 Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.   2ª lectura: Efesios 1,17-23.

Evangelio: Marcos 16,15-20.

Es hora de mirar hacia el mundo para ver, según los acontecimientos de nuestra historia, cómo podemos cambiar todo lo negativo que hemos venido viviendo; para ello es necesario que cada cual comience a reflexionar para comprender el verdadero papel que debemos de desempeñar en esta vida y en la historia que nos ha tocado vivir, intentando no repetir los errores cometidos en el pasado y vivir desde el bien que todo ser humano anhelamos. Las claves para no equivocarnos son: primeramente, intentar vivir desde esa unidad de vida en el Espíritu del Bien que trae Jesús Nazareno en nombre de Dios a toda la humanidad; desde la fe, la esperanza, y el amor verdadero; en segundo lugar, acoger la palabra de Dios, participar activamente en la evangelización de la sociedad y practicar los sacramentos. Todo ello forma parte de un proyecto, un plan de Dios, que ha de encarnarse en nuestra vida y en nuestra historia mediante un proceso de conquista lento pero que irá madurando, primero, ya lo hizo en los apóstoles; en sus convencimientos, en sus actuaciones; y luego en nosotros como Iglesia; comunidad de creyentes en ese Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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Nuestra misión no es quedarnos mirando al cielo viendo la grandeza de Jesucristo Resucitado sino, como aconseja él a sus apóstoles, emprender el camino y la tarea de la verdadera evangelización, desde nuestra actuación coherente, anunciando así a todo el género humano que es posible la esperanza porque tenemos fe en el poder de Dios y en su amor, manifestado por las palabras y obras de Jesús Nazareno.

Nuestro transitar por esta vida, aunque aún sea un «vía crucis» lo hemos de transformar en un «vía crucis de gloria» sin perder la esperanza en el Reino de Dios y en la transformación y redención del ser humano en su totalidad. Pero para eso hemos de atender al mandato de Jesús Resucitado que continúa estando con nosotros dándonos su Espíritu para fortalecernos; el de: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio»; amándonos los unos a los otros como él nos ama. Nadie puede inhibirse de esta tarea humanizadora, dadora de vida y salvadora que tiene el ser humano a través de Jesucristo. Nadie puede hacer el bien al margen del proyecto de Jesús Resucitado y de la misión que él nos encomienda si no es desde el perdón, desde el amor y desde la verdadera entrega a los demás, aunque cada cual siga inmerso en sus diversas circunstancias de la vida. Para ello es necesario la ayuda mutua y la unión total de la comunidad humana en ese único Espíritu de vida y de bien provenientes de Dios.                   

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