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miércoles, diciembre 11, 2024

Actuemos en el nombre del Padre, del Hijo y del EspĂ­ritu Santo

1ÂŞ lectura: Deuteronomio 4,32-34.39-40.

Salmo: 32 Dichoso el pueblo que el Señor se escogiĂł como heredad.   

2ÂŞ lectura: Romanos 8, 14-17.

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Evangelio: Mateo 28,16-20.

Desde nuestros orígenes y a lo largo de nuestra historia como seres humanos, el misterio insondable de Dios se nos ha venido haciendo presente: por nuestra capacidad de reflexión, nuestra curiosidad, los interrogantes que nos surgen ante toda la naturaleza y la contemplación del mundo que nos rodea; que hemos ido descubriendo y vamos resolviendo poco a poco; y sobre todo por la propia revelación de ese Dios que viene actuando en la vida y en nosotros según las necesidades de las personas, de los pueblos y del desarrollo que la humanidad necesita  experimentar en su propia realidad existencial. Pero Dios continúa siendo un gran misterio para el ser humano.

Es, con la venida al mundo de Jesús Nazareno anunciada desde antiguo por los profetas, por sus palabras y obras, por su vida entregada en sacrificio por todos y por su resurrección, cuando se nos revela y se nos manifiesta la dimensión amorosa de un Dios, Padre de infinita bondad y misericordia y del Espíritu Santo, del que también participa Jesucristo y a quien identificamos como verdadero Hijo Único de Dios.

La fe cristiana por lo tanto no se expresa únicamente en la creencia de la existencia de un Dios en soledad, omnipotente y trascendente, vengativo y castigador, alejado del ser humano y sus problemas, sino en las relaciones de comunión y de familia amorosa omnipresentes entre Dios Creador y Padre y la persona humana. Es en la verdadera comunión familiar donde se manifiestan y se realizan: la entrega absoluta, la misericordia, el perdón y el verdadero amor. Es esa misma participación del Espíritu Santo en nuestra existencia humana lo que nos lleva a la verdadera vida y al amor; la que nos hace sentirnos también hijos de Dios y herederos de la gloria de Jesucristo Resucitado a todos los efectos y la que nos da garantía también de que el Dios Trinidad nos considera a nosotros como algo suyo. Es el Espíritu Santo quien nos certifica nuestra libertad para actuar como hijos de Dios y nos capacita para hacer el bien incondicionalmente, venciendo y librándonos de nuestros egoísmos y de la opresión del mal, del pecado y de la muerte que esos egoísmos provocan.

Nuestra misiĂłn es abrirnos a esta actuaciĂłn del Dios Trinidad eternamente presente en nosotros para, que en el nombre del Padre y del Hijo y del EspĂ­ritu Santo podamos derribar muros de odios, barreras de separaciĂłn y de divisiĂłn, creando una sola Comunidad Humana desde nuestra diversidad con un sĂłlo objetivo: la vida, la felicidad y el bien de todos. Todos han de conocer esta Buena Noticia, sobre todo los que menos se la esperan, para entender que Dios es un misterio de vida, comunicaciĂłn, comuniĂłn y amor del que todos estamos llamados a participar.             

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