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Puente Genil
sábado, julio 27, 2024

«Tomad, esto es mi cuerpo»

1ª lectura: Éxodo 24,3-8.

Salmo: 115 Alzaré la copa de la salvación, invocando tu nombre, Señor.   

2ª lectura: Hebreos 9,11-15.

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Evangelio: Marcos 14,12-16.22-26.

Comentario: Analizando nuestra historia vemos; que desde siempre ha existido una falta de respeto por la vida. Conflictos violentos, injusticias, guerras… impiden nuestra convivencia en paz y armonía; y es que dicha convivencia no es posible sin la existencia de alianzas desde la comunicación personal de las partes de forma libre; acuerdos aceptados por todos, que han de servir como expresión y voluntad de compromisos de realización, en beneficio del bien común y de una vida mejor.

También hemos de tener en cuenta la oferta de vida que Dios nos hace por su parte; gratuita, eterna y obra de su infinito amor. Hemos de reconocer que su sabiduría y su soberanía están muy por encima de nuestros intereses y egoísmos particulares y que Él manifiesta su amor por todos, dándonos la existencia y lo necesario para vivir; revelándonos cómo debemos de actuar en defensa de una vida mejor para todos; pero eso implica también por nuestra parte el compromiso de respetar la vida y la naturaleza en general, de acatar sus palabras siendo fieles cumplidores de ese decálogo; los diez mandamientos que Moisés manifestó como profeta a su pueblo para hacerlos extensivos a toda la humanidad.

Esta alianza que Dios establece y mantiene con nosotros no es entre iguales; su superioridad es manifiesta, Él es quien ha creado, mantiene y da vida a todo lo existente; lo que conlleva, por tanto, su compromiso de defender al inferior, al más necesitado de su protección. Pero también nosotros hemos de comprometernos al cumplimiento de sus mandatos en favor de la vida de los más débiles.

En tiempos de Moisés esa alianza entre Dios y el ser humano, se agradeció y selló a través de un sacrificio con animales y un posterior banquete de comunión donde los participantes se hermanaban porque creían que al comer del mismo alimento este se convertía en la misma sangre de todos.

En la nueva y definitiva alianza entre Dios y el ser humano, Jesucristo es a la vez: el templo de Dios, verdadero lugar del encuentro de Dios con la persona humana; el sumo sacerdote y el cordero sacrificado. Él mismo se nos da en la cena pascual del Jueves Santo como ese alimento necesario que hemos de tomar para participar, en comunión con él, del Espíritu Divino; como pan y vino; su cuerpo y su sangre; alimento sacrificial para el banquete de la nueva alianza de la humanidad con el Dios de la vida. Luego nos demostrará el infinito amor de Dios entregándose en la cruz perdonando.

Como discípulos suyos, en cada eucaristía renovamos esa alianza nueva y eterna del mundo con Dios y de Dios con el mundo en esa entrega suya total en sacrificio, con la esperanza de cumplir nuestro compromiso con Él llevando a cabo sus mandatos para el bien de la humanidad, desde el amor y la fuerza que nos confieren su Resurrección y su  presencia eucarística, para participar como Él de la vida de Dios eternamente.          

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