Que todo el mundo conozca vuestra alegría, porque nace el Señor.
El adviento avanza en esa preparación inmediata a la Navidad, y en este tercer domingo se nos invita insistentemente a la alegría cristiana, la que nace de tener al Señor y saber que viene a salvarnos. Es el domingo del gozo cristiano. Un gozo que no se produce de fuera adentro, sino a la inversa, de dentro afuera. Cuando uno no tiene alegría, tiene que comprarla, porque el corazón humano no puede vivir sin alegría, sin esperanza. Tiene que darse la alegría que no tiene, y dársela a base de comprar, consumir, comer y beber, viajar, etc. Pero todo eso pasa, y cuanta más ansia hayas puesto en ello, mayor resaca te produce, te deja vacío y peor que antes de las fiestas.
La alegría cristiana viene de dentro, es un don de Dios. La alegría cristiana procede de saber que Dios está con nosotros, que Dios nos ama y nos perdona, que Dios está a nuestro favor y nos va a llevar a la plenitud. Esta alegría viene de vivir en paz con nuestros hermanos, de disfrutar de su amistad y su compañía, de poder ayudar a quien lo necesita. Es una alegría gratuita, y Dios quiere que vivamos en esa alegría constante, porque él no se aparta nunca de nosotros. La cercanía del nacimiento del Señor es motivo de gran alegría, y cuando pase la Navidad dejará en nosotros un gran poso de satisfacción y de esperanza, no de aburrimiento ni de resaca.
Planteemos la Navidad con este tono de alegría cristiana. No nos dejemos aturdir por los ruidos ni nos dejemos deslumbrar por las luces. Es bonito que nuestras ciudades y pueblos se llenen de luz. Jesús es la luz del mundo, y quien camina con él no vive en tinieblas. Somos hijos de la luz, no de las tinieblas (del pecado). Y cuando uno está alegre, canta. La alegría de la Navidad nos lleva a cantar villancicos al Rey del cielo que ha venido a la tierra. Pero todo eso debe llevarnos al encuentro con el Señor, en el tú a tú de la Eucaristía, del perdón sacramental, abriendo nuestro corazón al cargamento de dones que nos trae el Niño de Belén. La Navidad tiene que acercarnos a los que sufren por cualquier motivo, porque nuestra alegría no debemos quedarnos con ella, sino compartirla. Nuestra fe no debemos esconderla, sino mostrarla con el testimonio de nuestra vida.
En este domingo, además, en la Misa de 12 de la Catedral vamos a dar gracias a Dios por la declaración de Venerable del Padre Cosme Muñoz Pérez (1573-1636), que se dedicó a la educación y promoción de las niñas y jóvenes en una época en que era escasa esa atención. Es Fundador en Córdoba del Colegio de Niñas Huérfanas de Nuestra Señora de la Piedad, que atienden las Hijas del Patrocinio de María en Córdoba con el Padre Luis Pérez en Villafranca. Constituye una de esas figuras de sacerdote diocesano, posterior a san Juan de Ávila e influido por él, que llenaron su época con frutos de santidad para nuestra diócesis de Córdoba, y para el mundo entero. Las Hijas del Patrocinio de María continúan hoy esa labor en distintos colegios por nuestra diócesis. El Papa Francisco autorizó el decreto de Virtudes heroicas el pasado mes de marzo 2021, por el que concede al Padre Cosme el título de Venerable, a la espera de que Dios haga un milagro por su intercesión, y proceder así a la beatificación. Nos encomendamos a él con toda fe.
La diócesis de Córdoba es rica en historia de santidad, es rica en frutos de caridad. Son los santos los que han dejado una huella imborrable en la historia. Son los santos los que han cambiado la historia desde dentro. El Padre Cosme es uno de ellos, que viene a sumarse a la interminable lista de hombres y mujeres que han vivido el Evangelio con radicalidad y plenitud.
Este acontecimiento, unido a la cercanía de la Navidad, llene nuestro corazón de esperanza. También cada uno de nosotros está llamado a la santidad plena en la vocación y en la misión que Dios ha encomendado a cada uno en el seno del santo Pueblo de Dios. Responder a esa vocación a la santidad será el mayor acierto de nuestras vidas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba