XXVII Domingo del Tiempo Ordinario.
¿Qué frutos damos que podamos ofrecer?
1ª lectura: Isaías 5,1-7. Salmo: 79 La viña del Señor es la casa de Israel.
2ª lectura: Filipenses 4,6-9. Evangelio: Mateo 21,33-42.
Analizando la situación actual de nuestra sociedad y del mundo, podemos comprobar cómo, a pesar de las revoluciones socialistas, los pobres, los miserables, los necesitados y desamparados… no han podido lograr aún: la libertad, el bienestar, la felicidad, la dignidad… a las que las personas aspiran desde lo más profundo de su ser.
La libre expansión de nuestros impulsos instintivos desde el predicamento de nuestros derechos y libertades sin atender a las responsabilidades de nuestros actos, lejos de hacernos más maduros y sanos, han originado: neurosis, frustraciones, y sobre todo una incapacidad profunda de empatía y una falta de solidaridad para resolver los problemas de los demás desde la comunión y el amor.
El desarrollo científico y técnico desde el afán de lucro, y el crecimiento económico privado del sentido moral y solidario, nos va convirtiendo en consumidores y usuarios cada vez más aislados, deshumanizados e insolidarios.
Esa visión simplista de los que consideran que únicamente la propiedad privada, la riqueza y el poder, son los pilares en los que se basa el progreso de una sociedad; el afán de poseer cada vez más, de todos, y un estilo de vida consumista, derrochador, hedonista e insolidario, que priva a los que menos tienen del uso y disfrute de bienes esenciales para su vida; es el resultado de una sociedad injusta; estructurada en función de los intereses de los más poderosos política y económicamente, pero que no está al servicio de los más necesitados de ayuda y de bienestar, ni de todos. Así hemos conseguido sociedades y pueblos cada vez más enfrentados y separados unos con respecto a otros, formados por individuos empujados hacia la rivalidad, la competencia, la delincuencia… y no hacia la solidaridad la ayuda y el servicio mutuo. Una sociedad asentada en la mentira, la agresividad y la violencia.
No debemos olvidar que en las sociedades se recogen los frutos que se van sembrando: en las familias, en las escuelas, en las instituciones políticas y religiosas…
A juzgar por esos frutos en esta «viña del Señor» el resultado, aún hoy, podríamos catalogarlo como de negativo, por eso es necesario escuchar y poner en práctica las palabras y obras de Jesucristo sobre este «Reino de Dios» que deberá de transformarse en una sociedad nueva; sin esos estímulos de lucro, poder, dominio, opresión e injusticia; que tendrán que transformarse en frutos de misericordia, perdón, solidaridad, fraternidad, caridad… para el bien de todos. Y para poder obtener esos buenos frutos, hemos de saber buscar siempre: lo verdadero, lo noble, lo amable, lo virtuoso…
Jesucristo, con esta parábola del dueño de la viña, denuncia a cuantos ostentan esa misión de dirigentes de las comunidades y de los pueblos únicamente en su propio beneficio, para que todos nos interroguemos qué hacer realmente con los dones que Dios provee en favor de la vida de todos.