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lunes, diciembre 9, 2024

Sólo el Espíritu Santo nos puede dar vida, alegría y paz

1ª lectura: Hechos de los Apóstoles  2,1-11. Salmo: 103 Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.   2ª lectura: 1ª Corintios 12, 3b-7.12-13.

Evangelio: Juan 20,19-23.

Ante los acontecimientos históricos de conflictos y de guerras que hemos venido experimentando en los que se destruyen la naturaleza que nos sustenta y la vida; se puede pensar que el ser humano, a pesar de su inteligencia y desarrollo científico y técnico, aún no es capaz de valorar en su justa medida el gran milagro de la vida; lo que somos, de dónde venimos y lo que estamos llamados a ser.

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Ciertamente toda la materia de la que estamos compuestos proviene del planeta del que formamos parte; somos realmente barro de la tierra pero estructurado de tal manera que en nuestro interior hay un aliento y un espíritu que es lo que nos hace vivir y además tener conciencia de ello y de lo que ocurre a nuestro alrededor. Un Espíritu vivificador que procede, según nos dice el Génesis, del aliento creador de Dios.

Desde nuestros inicios hemos intentado vivir en comunión con los demás y con el Creador de todo, formando familias, pueblos, naciones… acogiendo la vida, respetando un decálogo revelado por Dios que garantiza nuestro desarrollo y felicidad desde unos derechos comunes de todos, pero que todavía seguimos incumpliendo por nuestros egoísmos y por la opresión que ejercen contra los demás quienes se creen más poderosos.

Hablar del Espíritu Santo es hablar de lo que en nuestra existencia podemos experimentar que realiza en nosotros ese Dios Creador, Padre de todos, revelado por Jesús Nazareno. Es entender nuestra vida desde ese Dios dador de la misma que  actúa desde la entrega amorosa de Jesucristo por todos nosotros; desde la fuerza, la sabiduría, la verdad, el consuelo, el aliento, la esperanza, la fe, la paz, el fuego del amor… Una acción que sigue realizando en nosotros y que se produce de forma silenciosa, callada, discreta, desde el sentimiento comunitario, pero que como fruto da paz, alegría y una misión: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» Nuestra tarea es la misma que la de Jesús Nazareno, acercarnos a los desvalidos, ninguneados, oprimidos, desamparados, asesinados injustamente… para llevar adelante el proyecto de humanizar la vida desde el Reino de Dios que Jesucristo nos trae; sembrando, liberación, perdón y sobre todo convivencia y comunión desde la diversidad de dones con la que Dios nos ha podido enriquecer y nos sigue enriqueciendo, buscando siempre lo bueno para todos sin excepción. Un Espíritu del bien y de la vida sin fin, del cual todos llevamos algo dentro porque todos anhelamos en nuestra vida nuestro bienestar; en circunstancias normales nadie desea su muerte. Es ese mismo Espíritu de Jesucristo resucitado quien continúa actuando en nuestra humanidad, en medio de una sociedad materialista y superficial que tanto descalifica esa Espiritualidad, ya que existen personas que se esfuerzan por vivir atentos al verdadero Espíritu de Dios; ayudando y entregándose a los demás como lo hizo Él. Mientras en este mundo existan estas personas será posible la fe, la esperanza y la alegría de vivir.                        

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