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viernes, mayo 3, 2024

«Pero dad a Dios lo que es de Dios»…

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario. Jornada Mundial y colecta por la evangelización de los pueblos, DOMUND

«Pero dad a Dios lo que es de Dios».

Citas: 1ª lectura: Isaías 45, 1.4-6.  

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Salmo: 95 Aclamad la gloria y el poder del Señor.    

2ª lectura: Tesalonicenses 1,1-5b.

Evangelio: Mateo 22,15-21.

La existencia de cada persona se desarrolla, o se ve obstaculizada, en diferentes ámbitos: familiar, educativo, social, económico, legislativo, político, religioso… En cada uno de ellos se adquieren, o no, unos valores y virtudes dependiendo; de las diferentes instituciones encargadas de gestionarlos, de la fe personal, y de la formación y educación que adquirimos para desarrollar nuestra misión en la sociedad ¿Cómo se relacionan estos ámbitos entre sí? ¿Hay algunos que dominen y oscurezcan a los otros? ¿Es correcta y positiva la relación entre todos estos ámbitos y se ayudan recíprocamente?.

Hemos de entender que Dios siempre se vale de la historia de cada uno y de la universal para que su proyecto de libertad y de liberación de los oprimidos vaya hacia adelante. Dios no se encarna en el poder económico, político, religioso… sino en los pobres y humildes injustamente tratados en su dignidad de personas.

Podemos ver la mano liberadora de Dios en los principios éticos y en las acciones de todas esas personas, comunidades, gobernantes… que no anteponen sus intereses partidistas y egoístas ni otros valores personales como: el hedonismo, la riqueza, el afán de poder… al bien común de todos; por eso hemos de entender que Dios no se desentiende de lo que hacemos; y es quien nos dota del espíritu, la conciencia y los dones necesarios para aplicar nuestra existencia a su proyecto de paz, de justicia, y de verdadera libertad responsable. Hacer una elección concienzuda y libre de nuestros valores y nuestros actos; desde la fe, la misericordia y el amor; según el proyecto de Dios, es trabajar por la esperanza de la salvación.

Cada institución tiene su misión y su propia responsabilidad y es la historia veraz, no la que a veces se cuenta, la que pone a cada uno en su sitio. 

Los creyentes hemos de asumir y aceptar la autonomía de nuestras autoridades, colaborando con ellas en la consecución del bien común desde el respeto, la dignidad humana y los valores del Evangelio, sabiendo que todo debe de estar dirigido por la fuerza del Espíritu Santo, procurando que sea con justicia y equidad; pero sin olvidar que hay que dar a Dios también lo suyo desde esa necesaria armonía y sabiduría entre las dos instancias: la mundana y la Divina; intentando siempre asegurar la justicia y la paz. Pero hemos de resistirnos a que nadie sea ni pueda ser sacrificado a ningún poder, pues Dios no quiere esos sacrificios. El Reino de Dios no se impone por la fuerza, penetra por la acogida de los valores que Jesús Nazareno trae a la humanidad en defensa de todos y para nuestra salvación.             

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