Opinión

Fosforito, un cantaor “total”…por Eduardo Moyano


Lo más difícil de un artista es lograr una identidad propia que lo diferencie de los demás. En pintura, hay cuadros que, con solo ver la paleta de sus colores, sabemos identificar a su autor (es un Caravaggio, decimos, un Renoir, un Picasso, un Antonio López…) Lo mismo sucede en literatura, en la que hay novelistas o poetas cuyo estilo los distingue con solo leer las primeras líneas de sus libros (Machado, Lorca, García Márquez, Marsé, Matute, Benet…)

En el flamenco, Antonio Fernández Díaz, Fosforito, ha sido uno de esos artistas con identidad propia gracias a la singularidad de una voz única e inconfundible. Su voz, telúrica, ronca y rajada, como salida de las entrañas de la tierra, es lo que distinguía su cante del de los demás. Era oír los primeros compases y ya se sabía que quien cantaba era él, el cantaor de Puente Genil; el ganador de todas las secciones del Concurso Nacional de Cante Jondo de Córdoba de 1956 (que daba continuidad al mítico concurso de Granada de 1922, organizado por Falla y García Lorca); el galardonado con la Llave de Oro del Cante en 2005 y con tantos premios y distinciones más. La singularidad de su voz solo es comparable a la que tenían cantaores como Manolo Caracol, Valderrama, Camarón o Morente, entre otros, o la Niña de los Peines, la Paquera o Carmen Linares, inconfundibles también a la hora de cantar flamenco.

Con motivo de su fallecimiento el pasado jueves en Málaga a los 93 años, se está escribiendo mucho, y bien, sobre Fosforito, no solo por los especialistas, sino también por los aficionados al flamenco que han disfrutado de la singularidad de su cante. Se destaca, sobre todo, la hondura de su voz, la honestidad de su carrera artística, la amplitud de su discografía y el gran conocimiento que tenía de los cantes antiguos, a los que contribuyó a recuperar. Algunos señalan de él que es el último de los clásicos del flamenco, y creo que llevan razón.

Su biografía ha sido, además, representada incluso en el teatro con la obra Nazareno y olivares, de David Pino, o en forma de historia ilustrada en el libro infantil de cómic Fosforito, un genio de la música, de Álvaro de la Fuente. Hay también un excelente video de Canal Sur, Fosforito, una historia de flamenco, realizado por su hijo Alejandro, en el que cuenta su vida y trayectoria artística.

El propósito de este artículo es más modesto. Solo pretendo en estas líneas expresar como un mero aficionado las sensaciones que me ha producido la obra de un artista, como Fosforito, al que siempre he considerado un cantaor “total”, entendiendo por ello su amplio dominio de todos los palos del flamenco. Quizá en ese aspecto no haya habido otro cantaor como él de tan amplio repertorio y con un sentido tan afinado y variado del compás. Siendo payo, cantaba los cantes gitanos como si fuera uno de ellos; si cantaba alegrías o tangos, lo hacía tan bien como si hubiera nacido en el barrio de Santa María de Cádiz; si soleares o seguiriyas, no desmerecía de los grandes cantaores sevillanos de Triana, Mairena, Marchena o Utrera… y así podíamos seguir con la granaína, la malagueña, la caña y el polo, los caracoles o los cantes de levante que tan bien dominaba (mineras, cartageneres, tarantos…)

Puede que en algún palo específico encontremos cantaores que nos gusten más que Fosforito, pero no hay otro con tanta variedad como él. Chano Lobato era insuperable en los tangos y alegrías de Cádiz; Antonio Mairena fue un maestro de la soleá, y Chocolate de la seguiriya; José Menese cantaba la petenera o la mariana como los ángeles; Camarón bordaba la bulería, y Antonio Ranchal era único cantando las alegrías de Córdoba o los fandangos de Lucena, por citar solo algunos ejemplos. Tal vez Poveda pueda asemejársele en cuanto a la amplitud de su repertorio.

Lo singular de Fosforito era, no obstante, su curiosidad sin límite y su afán por descubrir nuevos cantes, recreándolos con su propio estilo acompañado a la guitarra por Pepe Habichuela o Paco de Lucía. Eso le imprime un carácter enciclopédico a su obra, y es lo que explica el reconocimiento unánime que en vida recibió y que en estos días lo reiteran tanto los cantaores de su generación, como los jóvenes, considerándolo un maestro del flamenco por lo mucho que supo transmitir y enseñar.

Nacido, como he comentado en Puente Genil en 1932, Fosforito se afincó en Málaga (en Alhaurín), donde vivió gran parte de su vida, junto a su familia. Sin renunciar a sus raíces pontanas, su sentido universal y abierto le llevó a identificarse con otros pueblos y ciudades. Prueba de ello es el hecho de ser hijo predilecto de su pueblo natal e hijo adoptivo de Málaga y Córdoba. Fue, además de cantaor, un excelente guitarrista, que incluso en ocasiones se acompañaba a sí mismo (en estos días ha circulado un video doméstico en el que se ve a Fosforito cantando soleares y acompañándose de su propia guitarra).

Asimismo, fue un hombre curioso e inquieto en todo lo relacionado con el arte, más allá de su lógica vinculación con el flamenco. En el museo de La Posada de El Potro en Córdoba puede verse una larga entrevista en la que trata de otras músicas, apostando por el carácter universal del flamenco y por la rica diversidad de sus estilos. Además, y sin tener formación literaria alguna, Fosforito escribía, con una hondura lírica reconocida por poetas como Pablo García Baena, las letras de muchos de sus cantes, regalándolas a otros cantaores con su generosidad tan característica (“estaba pensando en ti/empezó a rendirme el sueño/ y llorando me dormí”, letra para soleá que le dio a El Pele para que la cantara). Ya retirado de los escenarios, impartía conferencias sobre flamenco en centros culturales y universidades, y todo ello con una sabiduría encomiable para un autodidacta como él.

Era también un magnífico saetero, demostrando su maestría el Viernes Santo por la mañana en las calles de su pueblo al paso de la imagen de Jesús Nazareno. Queda en el recuerdo de los pontanos la participación de un jovencísimo Fosforito en “La Pasión según San Mateo, por saetas”, grabada en 1954 a iniciativa de mi tío Francisco Moyano, junto a otros cantaores locales como Niño Hierro o El Seco, y con la dirección del periodista Matías Prat. En esa grabación radiofónica, reeditada hace unos años, se recorren los distintos pasajes de la pasión de Cristo a través de saetas seleccionadas del rico patrimonio que atesoran las corporaciones bíblicas (cuarteles) de la Semana Santa de Puente Genil.

Y, para terminar, me permitiré una referencia más personal. Hace unos años, en una de esas corporaciones de la Semana Santa pontana (en concreto, en La Espina,   a la que pertenezco) estuvo invitado a la comida del Viernes Santo el maestro Fosforito, ya retirado del cante, pero aún conservando una lucidez extraordinaria. El presidente de la corporación, que no sabía nada de flamenco, pero que conocía mi afición, me pidió que me sentara durante la comida al lado del maestro para podero atender debidamente.

Fue una delicia oírle contar de forma pausada, y sin ningún tipo de engolamiento, su vida y su carrera artística, su transitar por tablaos y festivales y su respeto por el legado de muchos cantaores que le precedieron y de los que aprendió. Pero, sobre todo, me impresionó su modernidad, su apertura a las nuevas formas flamencas, su comprensión por el afán de muchos jóvenes cantaores por innovar estableciendo puentes con otras músicas. Y todo ello me lo decía con una voz ya apagada y gastada por los años y por el esfuerzo de tantas noches a la intemperie que, como decía, te dejaban rota la garganta y que explican que ahora, añadía, “la tenga llena de telarañas”.

Fue ese un recuerdo que conservo del Fosforito ya mayor y retirado de los festivales y escenarios. Como también conservo en mi memoria otro recuerdo de sesenta años antes, cuando, siendo yo un niño, fui con mi amigo Guillermo y su padre, gran aficionado flamenco, a escucharlo cantar al tablao Las Cuevas que había en Torremolinos. El asombro de esa noche del verano de 1966 escuchando a Fosforito en la oscuridad mágica de aquella cueva natural, es algo que no olvidaré nunca, pues de ahí nació mi afición por el cante flamenco.

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