Hay escritores que nos zarandean cuando leemos sus libros, ya sea por la tensión que nos provoca su
lectura o por el esfuerzo que tenemos que hacer para comprenderlos. Me ocurre con Juan Benet y
Javier Marías, también con Murakami, Faulkner o Thomas Mann, por citar sólo algunos casos.
Sin embargo, hay otros autores a los que volvemos una y otra vez, buscando en ellos un
refugio literario. En poesía me suele ocurrir con Antonio Machado, al que acudo cada cierto tiempo
para releerlo, encontrando siempre en sus libros un remanso de calma y sosiego. Volver al mundo de
Machado es, además, un modo de reactivar el gusto por la lírica cuando se lleva algún tiempo sin leer
poesía.
En el caso de la narrativa, me sucede algo similar con el escritor colombiano Álvaro Mutis,
tal vez porque, además de novelista, es también poeta. Como una modesta contribución a
Cosmopoética 2025, y dado que acabamos de pasar el equinoccio de otoño (el 22 de septiembre),
voy a evocar en este artículo algunas de las sensaciones que me produce la obra de este escritor de
tierras equinocciales nacido en Bogotá en 1923 y fallecido en Ciudad de México en 2013.
Algunos datos biográficos
Mutis es autor de una serie de novelas que, salvo La mansión de Araucaíma, tienen por protagonista
directo o indirecto a Maqroll el Gaviero, un personaje de ficción creado por el propio escritor. Su
apodo “el gaviero” se debe a que, de joven, Maqroll estuvo enrolado en un barco ballenero, siendo
allí el encargado de subirse al mástil de la gavia (vela mayor) para escrutar el horizonte.
Antes de adentrarse en la narrativa, publicó varioslibros de poesía, entre ellos Los elementos
del desastre (donde aparece la primera referencia al Gaviero en su poema “Oración de Maqroll”) y
Summa (poemario centrado también en este personaje emblemático). Por el conjunto de su obra,
recibió galardones como el Príncipe de Asturias de las Letras (1987), el Neustadt (2002) o el Cervantes
(2002).
Álvaro Mutis vivió en el seno de una familia de diplomáticos, siendo su padre embajador de
Colombia en varios países europeos. Ello le llevó a viajar por el mundo desde niño, alternando los
meses de estudio en Europa (en Bruselas) con estanciastemporales en la finca cafetalera de su abuelo
materno, sita en el departamento de Tolima, en la región andina. De tales vivencias, escribiría Mutis
que “todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar, ese rincón de la tierra caliente del
que emana la sustancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas”.
De sus estudios humanistas y el dominio de varios idiomas, le quedaría una amplia cultura,
que le sería útil para trabajar en el área de las relaciones públicas en algunas compañías
multinacionales. Sintió, además, una especial pasión por la historia, que trasladaría en sus novelas al
personaje Maqroll el Gaviero, su alter ego.
Como lector empedernido, Maqroll llevará siempre consigo en sus largas travesías algunos
libros, que leerá a la luz de una vela en el camarote o de una desvencijada lámpara de gas, ya sea la
biografía de San Francisco de Asís (del danés J. Jorgensen) o algo de historia francesa del Ancien
Régime. No se entregaba a la lectura por “razones literarias, sino por la necesidad de entretener de
algún modo el incansable ritmo de sus desplazamientos y la variada suerte de sus navegaciones”.
La saga de Maqroll el Gaviero
La serie de Maqroll está formada por siete novelas que pueden leerse por separado, pues no siguen
un orden cronológico ni temático. En ellas se narran las peripecias del Gaviero a lo largo del mundo,
ya sean contadas por él mismo o por el propio narrador a partir de lo que le escuchó en sus diversos
encuentros con Maqroll. Son, en efecto, peripecias más que aventuras(tribulaciones las llama Mutis)
por su carácter imprevisible y errante y por la carencia en ellas de épica alguna.
A bordo de un tramp steamer (carguero itinerante), el paisaje vital del Gaviero lo formarán
sus paradas en los puertos de las más variadas ciudades costeras (Amberes, Estambul, Port Said,
Hamburgo, Panamá, Ostende, Barcelona, Beirut, El Pireo, Marsella…), además de sus diversas
singladuras en lanchones por los grandes ríos de la Amazonía. Sólo en contadas ocasiones
emprenderá negocios tierra adentro, como los que se relatan en la novela “Amirbar”, nombre de una
mina de oro en la cordillera colombiana donde Maqroll fracasa, como le ocurre siempre que se aparta
de su medio natural, del mar y los ríos navegables.
En la primera novela de la saga emerge un Maqroll ya maduro, cincuentón, atormentado por
un sinfín de recuerdos y “azotado por las internas borrascas de origen incierto, viejas ya de tantos
años sin rumbo ni asidero, pero ahora patentes en su mirada de profeta sin palabras ni mensaje”.
Estaba convaleciente entonces de una herida en la pierna bajo el cuidado de Flor Estévez, la dueña
de la tienducha “La Nieve del Almirante” en una angosta carretera del páramo andino. Repuesto de
sus heridas físicas, pero no de las sentimentales, que le acompañan siempre, Maqrollse enrola en un
lanchón que navega corriente arriba del río Xurandó, con el fin de recoger madera de un aserradero
para transportarla río abajo.
En esa travesía, Maqroll escribe con su puño y letra un diario que el narrador (Mutis)
encontrará años más tarde escondido en los pliegues de un libro de historia francesa que adquiere
en una vieja librería de Barcelona. A través de ese diario, firmado por el propio Maqroll, y de otros
documentos que va agrupando, el narrador nos acerca a la figura del Gaviero, mostrándonos un
personaje entre fatalista y escéptico, a la vez que tierno y sensible con las pocas mujeres que
cautivaron su corazón, pero que nunca lograron retenerlo a su vera.
Una de esas mujeres es la citada Flor Estévez; la otra es Ilona, la triestina con la que se
reencontró bajo las lluvias tropicales en la ciudad de Panamá, y que da título a la segunda novela de
la saga (“Ilona viene con la lluvia”). En la tercera, “Un bel morir”, la mujer que le cautiva es la joven
Amparo María en un contexto de contrabando de armas en la cordillera andina, si bien es la ciega y
ya madura doña Empera la que le protegerá y le aconsejará en esas peligrosas circunstancias.
El Maqroll que describe Mutis es una persona culta, amante de la lectura, decepcionado de
cualquier sueño utópico, y escéptico sobre las bondades del progreso, lo que le da un carácter entre
conservador y tradicionalista a su pensamiento. Es un Maqroll nihilista y descreído que se asemeja al
Meursault de L’étranger de Camus y, en ciertos aspectos, al nostálgico Bradomín de las sonatas de
Valle-Inclán.
El Gaviero es, además, una persona solitaria que sólo confía en un grupo muy reducido de
amigos, destacando sobre todos el libanés Abdul Bashur, leal hasta la muerte, socio en mil negocios,
soñador de navíos y protagonista de la sexta novela de la saga.
Una literatura balsámica
La literatura de Álvaro Mutis contrasta, por su sencillez, con la de otros autores latinoamericanos,
como García Márquez, de quien fue gran amigo a pesar de sus diferencias ideológicas y de estilo, y al
que ayudó a publicar su primera novela, tal como reconoce agradecido el propio Gabo en sus
memorias “Vivir para contarla”.
La de Mutis es una literatura sin estridencias, sin apenas armazón narrativo. La vida de los
personajes y sus quehaceres fluye en sus páginas con una lentitud que puede resultar desesperante,
pero que, si uno se deja llevar, acaba siendo placentera y balsámica, como gotas de agua cayendo
lentamente en el corazón del lector. Ahí radica la clave para calificar la obra de Álvaro Mutis de refugio
literario, como ese lugar donde quedarse a reposar sin prisas buscando la calma y el sosiego.
No importa haber leído las siete novelas de la saga para regresar de nuevo a Maqroll el
Gaviero, quien nos invita, una vez más, a subir con él corriente arriba a bordo de esos lanchones
ajados y herrumbrosos que surcan el río imaginario del Xurandó.
Contemplar a través del estilo pausado de Mutis el lento fluir de las aguas y escuchar el
sonido mágico de la selva o el viento cortante del páramo en las tierras equinocciales, deja en el
lector una sensación de serenidad que es, a mi juicio, la impronta de su prosa inigualable