1ª lectura: Génesis 3,9-15.20.
Salmo: 97 Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
2ª lectura: Filipenses 1,4-6.8-11.
Evangelio: Lucas 1,26-38.
En estos tiempos de incertidumbres de toda índole; ante las injusticias, el poder, el egoísmo, el odio, las guerras del mundo y la manifiesta falta de fe, esperanza y de caridad de mucha gente; nos preparamos para celebrar la Navidad, como uno más de los misterios protagonizados por Jesucristo; nacido de María Santísima, virgen y madre, según el proyecto de salvación de Dios a través de la Encarnación, de la Redención y de la Resurrección de Jesús Nazareno.
En la persona de María se nos permite ya entrever ese plan original de Dios para toda la humanidad, un proyecto truncado por el pecado y por la caída de los primeros seres humanos en el mal, por intentar ser como Dioses desde el egoísmo y el poder individualista, lo que contrasta con el amor, la entrega y la plena docilidad de María al plan de Dios. Como ella, desde la creencia en el poder de Dios, hemos de saber alegrarnos en ese Dios salvador que levanta a los humildes y dispersa a los soberbios, que colma a los hambrientos de bienes y despide a los ricos vacíos. La figura histórica de María Inmaculada y de todo su ser, nos invita a testimoniar este proyecto de Dios; de esperanza y lucha contra el mal en nuestro caminar por este mundo; buscando llegar a esa meta gloriosa del Hijo de Dios Resucitado, fuente y garantía que da plenitud a nuestros anhelos humanos más profundos; de vida, de bienestar, de bondad y de amor.
No es cuestión de querer cambiar el mundo desde nuestra propia fuerza sino de provocar cambios en nosotros mismos, en nuestro espacio vital: familia, trabajo, amigos; desde esa unión con Dios y con los demás, obteniendo así lo necesario para llenar este mundo de esperanza futura y del amor verdadero que nos viene de Dios.
Como María, hemos de saber estar atentos siempre para cambiar nuestras inclinaciones humanas: envidias, juicios de valor, adicciones, desprecios, mentiras, manipulaciones, injusticias, explotaciones, opresiones… y todo aquello que al final genera división, violencia y guerras entre nosotros, y así transformar nuestra vida en una victoria contra el mal y contra la muerte en todas sus manifestaciones; conscientes de que para que ese mal prospere basta sólo con que las personas no hagamos nada por detenerlo.
Nuestra mirada ha de saber ver el corazón de María Inmaculada contemplando toda la belleza de quien, desde su humanidad y por el don del eterno Dios, está libre de toda mancha y pecado y tiene esa plena disponibilidad a la realización de los planes de Dios para todos nosotros.