1ª lectura: Nehemías 8,2-4a.5-6.8-10.
Salmo: 18 Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
2ª lectura: 1ª Corintios 12,12-30.
Evangelio: Lucas 1,1-4;4,14-21.
Si analizamos nuestra historia, llena de desastres, de guerras, de sufrimientos… nos deberíamos de preguntar; entonces ¿Cual es el objetivo de nuestra existencia? Los anhelos y las esperanzas de toda la humanidad han de ser siempre que toda persona pueda tener una vida digna; para lo cual, nuestra existencia y nuestra responsabilidad personal han de basarse en la implantación de la justicia, de la paz, del respeto mutuo y de la libertad; y sobre todo, en ponernos en el lugar del otro, eso que ahora denominamos tener empatía. Pero todo ello es difícil de realizar si no se alienta en el amor, tal y como nos dice San Pablo.
Nuestra esperanza ha de consistir en construir una humanidad nueva desde nuestra realización personal para poder participar adecuadamente en la comunidad humana única, haciendo todo el bien humano posible a los demás; fruto del amor que Dios nos tiene, de su providencia y como agradecimiento a nuestra propia vida. Pero para ello hemos de asumir la palabra de Dios, reconociendo a la vez su obra en nosotros y su grandeza; desde las palabras pronunciadas por los profetas, según el antiguo testamento, hasta el Evangelio de Jesucristo; mucho más liberador y humano; y por todo ello reconociendo también la Encarnación.
Hemos de aprender a vivir nuestras diferencias y nuestra diversidad todos unidos, en comunión, sin prescindir de nadie, formando ese cuerpo de Cristo en el que el Espíritu de Dios se hace presente; cada cual desde los distintos dones y carismas que han sido derramados en nuestros corazones y con los que cada persona ha sido enriquecida por su gracia y providencia, desde la fe en Jesús Nazareno. Los problemas de la pluralidad se curan en la unidad y en la caridad, sin tener que llegar a ser iguales ni en la vida ni en las ideas, cada uno aportando lo que es y lo que tiene al bien común. La humanidad, como un todo corpóreo, no puede prescindir de nadie sin sufrir las consecuencias, pues Dios no ama a un pueblo excluyendo a los otros; su palabra es buena nueva para todos: para los ciegos, los cojos, los pobres, los excluidos, los condenados… Para todas nuestras miserias y debilidades humanas, Jesucristo trae un proyecto de Reino de Dios que es salvación universal, cumpliendo así con los anhelos de bien, de felicidad y de inmortalidad de todos los que formamos esta frágil humanidad.