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martes, abril 29, 2025

Discernir mejor las intenciones de nuestro corazón

1ª lectura: Deuteronomio 26,4-10.

Salmo: 90 Quédate conmigo, Señor, en la tribulación.

2ª lectura: Romanos 10,8-13.

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Evangelio: Lucas 4,1-13.

Ante la situación histórica que vivimos en la actualidad, cabe hacernos una serie de preguntas como: ¿Nos podremos liberar los seres humanos alguna vez de nuestra miserable condición? ¿De esa realidad que a veces ocultamos en nuestros corazones causa de nuestros egoísmos? ¿De la maldad que se genera desde nuestros intereses personales, desde nuestro afán de riqueza y de poder? ¿Nos podremos librar de quienes ambicionan vivir mejor y más felices, por encima de sus posibilidades como se suele decir, y a expensas de los demás? ¿Nos podremos liberar de la mentira, que a veces usamos contra nosotros mismos y sobre todo contra los otros, enmascarando esa realidad nuestra y cometiendo toda clase de injusticias y opresiones?

Cualquier tipo de liberación del ser humano que podamos realizar es muy difícil, por no decir imposible, que pretendamos llevarla a cabo al margen del Dios de la vida; de su bondad, de su misericordia y del amor derramado en nosotros por su Espíritu. Es necesario que el ser humano se encuentre con ese Espíritu de Dios en su conciencia, desde la fe, desde las palabras manifestadas por el Dios de la vida a la persona y desde saber ver las duras situaciones de opresión, y esclavitud provocadas por otros seres humanos a los más desamparados y necesitados. Tenemos que aprender a discernir entre lo bueno y lo malo, las situaciones de vida y las de muerte, el dolor de nuestro corazón y la verdadera felicidad.

Todas nuestras tentaciones tienen como objetivo romper con esa comunión que el ser humano debe de tener con el Dios de la vida. Nuestra responsabilidad personal es aprender a discernir entre: la verdad y la mentira, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto… para que no tomemos el camino de la opresión, la confrontación y la muerte; sino el sendero hacia una vida en felicidad y en comunión eterna con Dios.

La vida humana no podemos resumirla sólo en tener cubiertas nuestras necesidades de alimento y subsistencia, existe también el hambre de justicia, de paz y de amor. Tampoco podemos resolver todos nuestros conflictos desde el poder y las guerras. No podemos acabar con nuestras contradicciones ni siquiera mediante la imposición de leyes y creencias, a veces sin sentido. Ni siquiera nos vale refugiarnos únicamente en la fe en Dios y no hacer nada por nuestra cuenta, esperando que Él nos solucione nuestros problemas y viviendo desde la indolencia ante los demás. Son nuestras actuaciones en concordancia con sus mandamientos y su proyecto de vida lo que nos posibilita vivir y resucitar ya, desde aquí, para alcanzar una vida mejor en unidad con Él y con los demás, una vida eterna.

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