“¿PEÑAS…?, PERO… ¿QUÉ PEEEÑAS?”
No son pocas las ocasiones en las que, en los actos institucionales relacionados con el flamenco de nuestro pueblo, escuche, incrustados con naturalidad en los protocolarios discursos, los manidos “las peñas flamencas de nuestro pueblo”, otorgándoles a éstas el papel relevante de agentes activos en la vida flamenca pontana, sin poder evitar cierto gesto de incredulidad y, por qué no admitirlo, vergüenza ajena, mientras miro de reojo y complicidad a la cara de otros aficionados en clara sintonía.
Son momentos en los que, con cierto hartazgo, me dan ganas de coger el micro y con vergüenza torera proclamar, sin complejo alguno, a los cuatro vientos: “¿Peñas…?, pero… ¿qué peeeeñas?, miren ustedes, lo que este señor ha dicho con ‘toa’ la buena y sana voluntad del mundo sobre las peñas noooooo es cierto”. Y no es cierto, no porque en La Puente se carezca de afición al flamenco o pasemos olímpicamente de la responsabilidad contraída con el enorme legado jondo recibido, no.
No lo es, simple y llanamente, porque, además de otras circunstancias comunes al resto de las geografías flamencas, nuestra propia idiosincrasia asociativa se fundamenta en una muy arraigada, potente y única tradición cultural y religiosa –nuestra entrañable Mananta – que determina, sustancial y definitivamente, el modus vivendi del ciudadano pontanés en todas las dimensiones de su sociabilidad, capando, sin querer, otras iniciativas colegiadas de carácter vivencial que requieren de una generosa inversión emocional y económica. A los que no estéis de acuerdo con esta aseveración, os invito a que me digáis cuántos municipios conocéis de treinta mil habitantes en los que existan más de setenta asociaciones, en torno a un mismo proyecto vivencial, con una media de treinta socios o componentes y una cuota económica mensual, por cada uno, de cincuenta euros. Y esto, sin contar a las demás e influyentes asociaciones paralelas como cofradías y hermandades.
Esta peculiaridad asociativa que, guste o no, nos define como pueblo, en absoluto, la expongo aquí como crítica alguna, de hecho, es parte consustancial de mi experiencia vital desde muy pequeño, con el pleno convencimiento de los sustanciales beneficios que aporta a Puente Genil a todos los niveles (culturales, humanos, sociales, económicos…).
La expongo para ofrecer una de las posibles causas de la ausencia en nuestro pueblo de un consolidado, sólido e influyente tejido asociativo flamenco, semejante al que encontramos en localidades homónimas en cuanto a vivencia flamenca. Tampoco, ¡Dios me libre!, pretendo minusvalorar o despreciar la labor de las dos únicas peñas que nos quedan: la Peña Cultural Flamenca Vicente Cáceres y la Peña Cultural Flamenca Frasquito, heroicos bastiones de resistencia de una forma de entender y vivir lo flamenco en franco desuso en La Puente que, a pesar de sus ingentes esfuerzos y desvelos, no han conseguido aglutinar y movilizar al grueso de la afición pontana.
La primera, situada en la coqueta aldea de Sotogordo en torno al Centro Cultural Rafael Ruiz, y la segunda, con más de treinta años de trayectoria y de la que formo parte como socio, con enormes dificultades para proseguir adelante por su menguado número de socios.
¿La Peña Fosforito? NO existe, admitámoslo de una vez, sin complejos ni pudor alguno. En su momento, recogiendo el caldo de cultivo que en su día generó y cultivó la inolvidable y legendaria taberna de Perico Lavado, desempeñó, haciendo gala de una vitalidad increíble, una labor capital, forjando el conocimiento y la sensibilidad de los aficionados de ahora y estimulando el nacimiento de los actuales artistas pontanos. Desgraciadamente, ha quedado relegada a un nostálgico rescoldo testimonial en el Casino Liceo Mercantil, sin vida ni utilidad alguna.
¿Qué podemos hacer para estimular un tejido asociativo flamenco que siente las bases para el devenir de nuestra tradición flamenca? Difícil lo tenemos; no obstante, empezar, todos, por asimilar y reconocer, privada y públicamente, esta realidad sería un buen comienzo. Solo a partir de aquí, estableceríamos un punto de inicio a inercias e iniciativas consecuentes y servibles para la causa, de las que, si se tercia, hablaremos en otra ocasión.
SALUDOS FLAMENCOS