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miércoles, abril 24, 2024

«Solemnidad de Santa María Madre de Dios»

Guardar en nuestros corazones el Espíritu del Hijo de Dios, como María su madre.   

Citas: 1ª lectura: Números 6,22-27.  Salmo: 66 Que Dios tenga piedad y nos bendiga.    

2ª lectura: Gálatas 4,4-7. Evangelio: Lucas 2,16-21.  

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La verdadera Paz hay que entenderla como; todo lo que hace posible una vida sana, en libertad, sin miedos ni opresiones y con esperanzas en el futuro; para el bien de todas y cada una de las personas y su pleno desarrollo como seres humanos.

La Paz, por tanto, implica muchos más valores y actitudes que la simple ausencia de confrontación, de violencia o de guerras; pues es además un estado interior personal para detectar y detestar, no sólo la falta del orden establecido por Dios en nuestra vida para alcanzar una vida digna para todos, sino también la falta de libertad, de justicia, de honradez, de piedad, de amor fraterno, de alegría, de honor… que impiden la realización del bien a los demás. No debemos de admitir tampoco, si queremos alcanzar la paz, ni la violencia económica ni la violencia político social que traen el supuesto crecimiento, el supuesto progreso y la globalización.

Para cada persona la verdadera paz debe de comenzar siendo ese don de Dios que debe de instalarse en nuestras vidas y que ha de estar fundamentada en la verdadera entrega a los demás, en la defensa de la justicia, de la verdadera libertad responsable y en el amor fraterno.

El misterio de la encarnación, además de la venida de Jesucristo nacido de mujer, María, según las promesas reveladas y hechas por Dios a los profetas; según lo que él mismo predica, su actuación y sacrificio en favor de la salvación y la vida para toda la humanidad; implica que también nosotros descubramos, como los pastores, a ese Jesús, salvador, por nuestro instinto también profético y nuestra respuesta sabia y humana al anuncio de los profetas, de los ángeles de la gloria y al Espíritu liberador y buscador de la verdad, la justicia y la paz, en la sencillez de lo cotidiano y humilde; en el nacimiento de un niño en un pesebre ante la necesidad y carencia de alojamiento. Hemos de aprender a saber acoger en nuestro corazón los misterios de Dios, como María. Es importante proclamar y entender que para el Dios de la vida todos somos importantes y hermanos entre sí, lo que conlleva que asumamos nuestra responsabilidad, la de cada uno para con los demás, desde ese Espíritu de hijos de Dios que nos revela Jesucristo.

Es importante que en un mundo que se mueve desde el egoísmo y el ateísmo materialista, podamos reconocer el rostro de Dios y descubrirlo, como los pastores y como María en el rostro del niño Jesús, un Dios cercano preocupado por nuestros problemas y de entrega, perdón y amor infinitos. Urge reconocer en nosotros la necesidad de que su Espíritu nos invada nos llene de Paz y nos salve.                

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