XV Domingo del Tiempo Ordinario.
La Palaba de Dios es semilla fecunda que engendra vida.
1ª lectura: Isaías 55,10-11.
Salmo: 64 La semilla cayó en tierra buena y dio fruto.
2ª lectura: Romanos 8,9.18-23.
Este mundo no puede estar llamado únicamente a desaparecer sin más. Toda la creación de Dios es para la vida de las personas y está en nuestras manos, pero ¿Qué estamos haciendo con todo ello? ¿Cuáles son nuestras responsabilidades? La creación tiene que consumarse también en esa liberación que quiere Dios.
Todo lo que forma parte de nuestra historia y de nuestra vida, anhela también nuestra entrega, nuestra ayuda, su salvación y no la destrucción. No podemos pensar desde el antropocentrismo, que todo está para nuestro uso y disfrute exclusivamente, en nuestra redención personal y comunitaria hemos de entender que todo tiene sentido como Naturaleza desde esa armonía que está verdaderamente en manos de Dios, y que nuestra misión es respetarla y protegerla. Ya estamos viendo que la Naturaleza se resiente si la humanidad no sabemos llevar a cabo esa misión encomendada por Dios. Él se ha hecho presente en nuestra Historia a través de los profetas y de Jesucristo, su hijo, para que nuestros corazones puedan interpretar su voluntad en esa existencia nuestra personal y comunitaria. Desde su Palabra nos anima, nos consuela y nos fortalece para enjuiciar las opresiones e injusticias de aquellos que se creen poderosos. Desde su confianza en Él nos confiere la fuerza de su Espíritu para actuar en favor de la vida en general y de la vida humana en particular; por eso el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse sólo a su ámbito personal. El mundo, la sociedad, las instituciones no deben de hacer oídos sordos a sus llamadas de gracia, perdón misericordia y salvación. La Palabra de Dios ha de ser tomada, como esa semilla que se siembra en nuestra existencia; y nuestras actitudes para con esa Palabra de Dios, como los diferentes tipos de tierra donde puede caer. Para que dé frutos, la palabra de Dios hay que acogerla desde nuestras posibilidades.
Cuando nuestra historia no se contempla desde el horizonte de la armonía en comunidad y fraternidad, se resienten la justicia, la paz y la calidad de vida digna para todos. El egoísmo, la mala distribución de bienes, las injusticias y las guerras se reflejan también en la Naturaleza. El Sembrador sabe que no todo lo que se siembra dará fruto pero que al final siempre habrá cosecha que recoger.