XXIII Domingo del Tiempo Ordinario.
«Allà estoy yo en medio de ellos» advirtiendo al malvado un cambio de conducta.
Citas: 1ÂŞ lectura: Ezequiel 33,7-9.  Salmo: 94 Ojalá escuchĂ©is hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazĂłn»   Â
2ÂŞ lectura: Romanos 13,8-10. Evangelio: Mateo 18,15-20.
El mundo está lleno de personas enfermas, ancianas, heridas, maltratadas injustamente, excluidas, descartadas, desamparadas… Nos guste o no, somos responsables unos de los otros, nadie puede vivir con total independencia de los demás y es evidente que las acciones de cada persona son las que repercuten en la vida de las otras, sobre todo de las más allegadas y cercanas. Nos viene bien escuchar que es bueno reprender y poner en su lugar a los malvados a fin de que cambien su conducta, pero Ăşnicamente en defensa de los más necesitados y Ăşltimos; por amor a todos, incluyĂ©ndolos a ellos tambiĂ©n en ese amor como a los demás. No es lĂcito el revanchismo ni quitar de en medio por nuestra cuenta a nadie en un intento de hacer justicia divina. TambiĂ©n Dios nos va a pedir cuentas de lo que hicimos con esos enemigos y de cĂłmo no fuimos capaces de reprenderlos y dialogar con ellos para que cambiaran su conducta.
Es la comunidad la que debe de analizar su situaciĂłn y la maldad de algunos de sus miembros, pero es cada persona la que tiene la responsabilidad con todas sus consecuencias en la sociedad. Cada cual ha de responder personalmente de sus actitudes y obras para con los demás. Los egoĂsmos humanos, los intereses personales y partidistas, la falsa seguridad, los miedos… son lo que nos hace ser y actuar sin medir bien las consecuencias y sin reprender lo que vemos y consideramos mal.
El bienestar y la felicidad de todos Ăşnicamente se resuelve en el amor y no; en el odio, el revanchismo, la confrontaciĂłn. Esa es la quintaesencia de toda moral, de todo compromiso, de toda ley, mandamiento y precepto. Todo se reduce en amar a tu prĂłjimo, a todos los demás, como te amas a ti mismo; y en no hacer al otro lo que no te gustarĂa que te hicieran a ti. Ăšnicamente ese amor puede integrar a los que consideramos enemigos y malvados en nuestras comunidades y ÂżquiĂ©n no ha sido nunca considerado enemigo o malvado para los otros?
La correcciĂłn fraternal es muy importante porque todos somos pecadores y egoĂstas. Nadie deberĂa ser expulsado de una comunidad sin haberle proporcionado previamente una verdadera pedagogĂa de la compasiĂłn, de la caridad, de la comprensiĂłn y del respeto. No es una persona la que puede condenar a otra, sino la comunidad y dando previamente la oportunidad del cambio y del arrepentimiento al malvado, a quien se ha equivocado ofendiendo a esa comunidad y a esa mayorĂa necesitada unos de otros; para su reintegraciĂłn y reinserciĂłn social.
La Palabra de Dios, el Evangelio de Jesucristo y la oraciĂłn comunitaria, son sin duda los medios para enriquecer la dimensiĂłn social de las personas y para mejorar asĂ las comunidades y la humanidad.