Desde el espíritu de Jesucristo caminar con esperanza hacia una nueva vida.
1ª lectura: Daniel 12,1-3.
Salmo: 15 Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
2ª lectura: Hebreos 10,11-14.18.
Evangelio: Marcos 13,24-32.
Cierto tipo de mentalidades siempre han creído y propagado que el final de nuestro mundo vendrá con una gran catástrofe en la que todo será aniquilado. Pero no lo sabemos; ni podemos saber cómo ni cuándo será. Dios tiene sus propios caminos y maneras de llevar a su consumación nuestra vida y nuestra historia, en la que nada ni nadie pasa desapercibido a su acción. Debemos por tanto vivir con la paciencia y la esperanza del triunfo de su proyecto; la victoria del bien sobre el mal. Ante la opresión y la tiranía, todas las personas de cualquier clase, cultura, religión… estamos llamadas a resistir en nombre del Dios de la vida. El camino que conduce a la salvación final no está exento de dificultades pero hay que creer que el futuro glorioso sucederá a los sufrimientos de los seres humanos en este peregrinar histórico nuestro, a pesar del mal y de la muerte. Ese futuro tendrá lugar después de la destrucción del mundo presente que conocemos y del juicio por parte de Dios. Para cambiar este mundo es necesario realizar, en esta existencia nuestra, ese camino que nos conduzca al final glorioso; movidos por la fe y la esperanza en el Dios de la vida; desde nuestra responsabilidad, desde el amor, desde el perdón y la ayuda misericordiosa.
Con su muerte liberadora en la cruz, Jesucristo rehace el camino equivocado de los seres humanos, liberándonos de la ley injusta, del mal, del pecado, y de la muerte y abriéndonos el sendero que conduce a la total liberación de los hijos de Dios, a la comunión amistosa y confiada con Él y con la vida, como una realidad permanente y eterna, y cumpliéndose así los anhelos, de bondad y de felicidad del corazón humano.
La creación salida de las manos de Dios es buena; quien debe de corregir el modo de contemplarla y utilizarla es el ser humano quien, sujeto a sus egoísmos, produce una ruptura con Dios, con la creación y consigo mismo. La esperanza final se apoya en la restauración profunda del propio ser humano para participar en la nueva y definitiva creación y en la gloria de Dios; desde la comunión, el respeto a la vida de todos, la libertad, el bien y la felicidad. Este ha de ser nuestro destino glorioso con Dios y con los demás. Nuestro cometido como creyentes es caminar por el sendero trazado por Jesucristo; desde sus palabras, obras y con el testimonio de nuestra vida. Entonces veremos una manera más humana de vivir desde el valor último del verdadero amor y se hará justicia a todas las víctimas inocentes de nuestra historia.