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lunes, enero 13, 2025

Vivir siempre despiertos manteniendo la esperanza en la venida del Señor

Jeremías 33,14-16.
Salmo: 24 A ti, Señor, levanto mi alma.
2ª lectura: 1ª Tesalonicenses 3,12-4,2.
Lucas 21,25-28.34-36.
Los seres humanos siempre vivimos envueltos en muchas injusticias, mentiras, propagandas y ruidos ensordecedores que nos vienen del exterior y nos dispersan de nuestro cometido fundamental en nuestras vidas. Es por ello más necesario que nunca insistir en el valor de la interioridad y la oración, para humanizar nuestra existencia y adquirir la categoría de personas, desde la fe en el Dios de la vida y la esperanza en su proyecto de mejorar nuestra existencia a través de la fraternidad, la ayuda mutua, la entrega gratuita y el amor verdadero.
Ante las contradicciones y resistencias que a este proyecto de Dios presentamos los seres humanos, hoy, más que nunca, necesitamos escuchar que Dios está comprometido con nosotros, con nuestra historia que se realiza paso a paso, en lo cotidiano y rutinario y no únicamente en los grandes acontecimientos. Cualquier tiempo debe de ser para nosotros momento de justicia, de derecho, de paz, de salvación. Siempre es hora de ponernos manos a la obra para hacer posible y eficaz que venga a nosotros Jesucristo y el proyecto del Reino de Dios que trae para toda la humanidad; avivando así la esperanza de los más débiles, indefensos y desamparados de toda la sociedad; con la fe anclada en la bondad, la misericordia y el poder de un Dios que se interesa por la vida y la felicidad del ser humano más que nosotros mismos.
Mientras caminamos por este mundo, hemos de alentarnos unos a los otros desde la familia y la comunidad, con alegría y amor fraterno, aceptando y superando todas las diferencias, testimoniando esa unidad desde la diversidad con la ayuda mutua y la entrega gratuita de los dones derramados sobre cada uno de nosotros.
Caminar por esta vida no nos exime a los cristianos de ver y asumir la realidad que nos rodea. El verdadero sentido de la encarnación de Dios nos exige abrir caminos de plenitud humana en este mundo, sin perder la esperanza en la plenitud final, pues vivimos enraizados en este planeta, la Tierra, y a su vez lanzados a la gloria eterna por la gracia de la fe, la esperanza y el amor en nuestro Dios uno y trino. Hemos de saber estar vigilantes y atentos a la venida del Señor sin caer en el escepticismo y la indiferencia, sin quedarnos sólo en las críticas a los demás, viviendo de manera lúcida sin que se apague en nosotros el deseo del bien para todos, viviendo la aventura del día a día sin desentendernos de los que nos necesitan, buscando a Dios en la vida y desde la vida.

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