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lunes, enero 20, 2025

Acoger a Jesús Nazareno niño, para hacer la voluntad de Dios


1ª lectura: Miqueas 5,1-4a.
Salmo: 79. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
2ª lectura: Hebreos 10,5-10.
Evangelio: Lucas 1,39-45.
La vida, en sí misma, tiene cosas tan misteriosas y profundas que los seres humanos no podemos comprenderla, ni gobernarla a nuestro antojo. Sólo podemos descubrir y entender nuestra misión en esta vida nuestra, mediante la fe en la encarnación de Dios y la esperanza en que en esta vida, pase lo que pase, Dios siempre está a nuestro lado; en que puede y debe de existir un mundo mejor que el que hasta ahora hemos construido los seres humanos; sin injusticias, mentiras, violencia, guerras… Quienes aquí, desde sus egoísmos, pretenden ser como Dios, al final se pierden para siempre, sólo quienes aceptan al verdadero Dios, perduran y vivirán para siempre en él.
Antes de la celebración de la Navidad vemos como una mujer sencilla y humilde, María de Nazaret, se entrega a los misterios del Dios autor de la vida para que sin dejar de ser el Dios de la vida misterioso y todopoderoso, se nos haga para toda la humanidad, un Dios accesible, misericordioso, con infinito amor: de padre, de hijo, de hermano; para encarnarse en nuestra historia siendo un ser humano como nosotros. Vemos a María ensalzada por su fe, dispuesta, al igual que su hijo, a entregar su vida entera al proyecto de salvación que para todos los seres humanos tiene Dios, para que no nos perdamos en el mal, el egoísmo y la muerte. Se cumple con ello esa paradoja entre lo pequeño y lo grandioso en esa promesa permanente de Dios para la salvación humana.
Por todo ello, la Navidad debiera significar para todos nosotros: comunión sin enfrentamientos ni fronteras, por el bien de todos; ver a los pequeños y a los desamparados del mundo y ponernos manos a la obra para darles vida, haciéndole todo el bien posible, desde la gratuidad y desde el recibimiento del otro como un don de Dios. Un proyecto previsto desde el origen del ser humano. Una esperanza que se realiza en la acogida de la Palabra de Dios y en su llevada a cabo a lo largo de nuestra historia personal; sabiendo que la Palabra de Dios encarnada no es sólo vehículo de conocimiento sino fuente de vida eterna. El encuentro con la voluntad de Dios manifestada por Jesús Nazareno, sus palabras y sus obras, hacen posible captar la presencia de Dios en los avatares de todos los seres humanos para que unidos, como hermanos, desde el servicio mutuo, busquemos las respuestas necesarias que alivien las injusticias, las opresiones y las guerras que causan nuestras mentiras y egoísmos.

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