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sábado, junio 21, 2025

¿Dónde está el bien que anhelamos?

VII Domingo de Pascua. La ascensión del Señor.

1ª lectura: Hechos de los apóstoles 1.1-11.

Salmo: 46 Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.

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2ª lectura: Efesios 1,17-23.

Evangelio: Lucas 24,46-53.

Todos buscamos lo mejor para nosotros y ser felices; pero nuestra fragilidad y dependencia de todo cuanto nos rodea y de los demás; nos lo impide muchas veces. Quienes no trabajan por desterrar el mal, la violencia, la injusticia… no nos pueden liberar de la opresión ni de la esclavitud de otros seres humanos a causa de sus egoísmos.

Únicamente, desde la confianza en las palabras y obras de Jesús Nazareno, por su total entrega a los suyos y a la comunidad que le rodeaba, desde el amor que sentían hacia él los que con él convivieron y asumieron su proyecto de Reino de Dios; se da la verdadera razón para verlo Resucitado, prolongando así su presencia entre ellos iluminándolos con todo lo que les dijo e hizo en nombre de Dios Padre y en su propio nombre; durante un tiempo de espera necesario para poder abrirse a la verdad del Espíritu Santo que Dios les devuelve, sin necesidad de tener que romper con la historia ni con este mundo. Un Espíritu que Jesús promete enviarle para que los acompañen siempre como testigos suyos, dándole la fuerza y la sabiduría para comprender su resurrección y la misión encomendada por Dios sobre todos ellos, desde la misericordia y el amor, en pro de la vida, la justicia, la paz y la felicidad. Ellos, desde el amor que sienten hacia él, pueden experimentar que el Maestro está vivo y verdaderamente presente entre ellos en la comunidad, aunque haya sido crucificado.

Para los apóstoles ha llegado la hora de exaltar y glorificar a Jesús Nazareno, su Maestro, poniéndole fin al periodo Pascual para anunciar la Resurrección y la Salvación del Hijo de Dios al mundo entero, y también la posibilidad de nuestra salvación, glorificación y resurrección si le seguimos. Él intercede ahora por nosotros ante el Padre desde nuestra conversión y nosotros podemos beneficiarnos de la presencia de Dios en nuestro corazón desde su amor y su Espíritu.

Como discípulos suyos, es momento de acatar el proyecto salvífico de Dios abiertos al Espíritu Santo procedente del Padre y del Hijo desde la tarea encomendada por Jesús, desde la misericordia y el amor, para vivir una vida nueva desde la coherencia con ese proyecto. Es tiempo de comprender nuestra existencia para la vida, en Dios y desde Dios, para el bien, la salvación y la felicidad de todos, eliminando nuestros miedos al mal y a la muerte; desde una acción comunitaria, desde la ayuda y la entrega por amor; sin mirar impasibles al cielo esperando la nueva venida del Resucitado, pues él ya está con nosotros para siempre.

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