Gloria a nuestros mártires
Ha llegado el día feliz en la historia de nuestra diócesis de Córdoba de la glorificación de nuestros mártires. 16 de octubre de 2021. Se trata del día feliz en que la Iglesia Madre glorifica a sus mejores hijos, y los presenta ante todo el Pueblo santo de Dios como modelos e intercesores ante Dios.
No son caídos de uno u otro bando, como si estos hubieran empuñado las armas y hubieran caído en el combate. Esos defensores de la Patria bien merecen su recompensa. No, los mártires no han empuñado las armas ni han salido al campo de batalla. Estaban en sus casas o en sus parroquias, formaban parte de las filas de Acción Católica, se distinguían porque hacían el bien a los demás, y fueron asesinados por odio a la fe.
Como si el poder del infierno se hubiera desatado contra ellos. “La persecución religiosa durante esos años en España… fue como una lluvia ácida corrosiva, un tal furor antirreligioso, que contaminó gravemente a toda la sociedad, volviendo áridos en los corazones de muchos todo tipo de sentimientos de bondad, humanidad y fraternidad”, decía el cardenal Amato en una ocasión como esta. Como si el dragón rojo del Apocalipsis se hubiera desatado en contra de los amigos de Jesús (cf Ap 12). La desolación que sobrevino sobre nuestra tierra fue terrible.
Pasados 85 años, y después de un estudio sereno y científico, llegan hasta nosotros no aquellos horrores, sino el precioso perfume de un amor más grande, el testimonio elocuente del perdón ofrecido a sus perseguidores, la confianza plena en que Dios no los abandonó en ningún momento. Llega hoy hasta nosotros la fragancia fresca y joven del amor, que enjuga todas las lágrimas. En esta victoria no hay vencidos, porque todos podemos beneficiarnos de ese amor nuevo. Como no hay vencidos en la Cruz de Cristo; fueron derrotados el demonio y el pecado, pero todos los que hemos descargado nuestros pecados sobre él somos beneficiados de la sangre redentora del Señor.
Los mártires han supuesto en todas las épocas de la historia de la Iglesia una fuerza potentísima para avivar la esperanza de un pueblo creyente. Los méritos de los mártires han compensado los defectos de los lapsi, que al invocar a los mártires eran readmitidos en la comunidad cristiana, de la que habían desertado. El ejemplo de los mártires suscitó el seguimiento corporal de Cristo. Cuando cesaron las persecuciones de los primeros siglos, hubo una gran floración de vocaciones a la vida consagrada, al seguimiento corporal de Jesús.
Así como el mártir ha expresado su amor incluso con su cuerpo, así el que sigue a Jesús en la virginidad o en la castidad perfecta, le expresa a Jesús un amor que incluye su propio cuerpo. El gran testimonio de los mártires ha movido a millones de cristianos a seguir a Jesucristo incluso con su cuerpo, por el camino de la castidad perfecta.
Quizá no se nos conceda la gracia de poder decirle a Jesús con sangre el amor que nuestro corazón siente por él, pero todos estamos llamados a un amor de este calibre en la vida cotidiana, en el trabajo, en la familia, en la entrega a los demás, incluso hasta el extremo. Él ha ido por delante, los mártires le han seguido, nosotros no podemos quedarnos atrás. La vida cristiana es para vivirla con este tono de martirio, lo más contrario a la mediocridad. El tono martirial no hace consensos con la mundanidad, el tono martirial se siente siempre en deuda de amor para con Dios y para con los demás, el tono martirial lleva a estar más cerca de los pobres y compartir su suerte, como ha hecho Jesús. El tono martirial no tiene ninguna sensación de víctima. El tono martirial incluye constantemente un subidón de amor, de enamoramiento, de entusiasmo, porque consiste en dejarse mover por el Espíritu en respuesta de amor al amor que nos precede, el amor de Cristo.
Gloria a nuestros mártires en este día sagrado. Gloria a Dios que glorifica a los mártires.
Recibid mi afecto y mi bendición: + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba