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Puente Genil
miércoles, octubre 9, 2024

«Quien quiera ser primero, que sea el Ășltimo y servidor de todos»


1ÂȘ lectura: SabidurĂ­a 2,12.17-20.
Salmo: 53 El Señor sostiene mi vida.
2ÂȘ lectura: Santiago 3,16-4,3.
Evangelio: Marcos 9,30-37.
En la historia humana siempre ha habido poderosos impĂ­os que se han opuesto a la justicia y a los derechos de los demĂĄs, persiguiendo a todas aquellas personas que simplemente con su testimonio de vida y honradez desenmascaraban sus ambiciones de riqueza y de poder, su falta de Ă©tica, la arbitrariedad de sus leyes y normas, sus mentiras
 etc. La persona justa es incĂłmoda por su propia presencia ya que denuncia sĂłlo con sus obras, a veces ni siquiera tiene que recurrir a las palabras, por eso es sometida a murmuraciones, ultrajes, persecuciones y torturas, para quitarla de en medio de forma ignominiosa.
En la vida existen dos maneras de actuar: segĂșn la sabidurĂ­a que anida en el corazĂłn de estos impĂ­os que provocan confrontaciĂłn, envidias, desordenes, guerras, asesinatos
 o segĂșn la sabidurĂ­a que procede del Dios de la vida bondad infinita, y que es amante de la verdad, de la justicia, de la paz
 condescendiente, dĂłcil, misericordiosa y defensora de los mĂĄs dĂ©biles. La primera verdaderamente no es de sabios sino de insensatos y no da vida y felicidad sino negatividad, dolor y muerte. Únicamente nos salva la sabidurĂ­a que viene de Dios y que tambiĂ©n puede anidar en el corazĂłn humano. Son dos visiones de nuestra existencia contrapuestas, dos tendencias que forman parte de nuestro propio ser dualista y de nuestra naturaleza; instintiva y egoĂ­sta por un lado y reflexiva, altruista y amorosa por el otro.
Hemos de aprender a saber escuchar e interpretar, desde nuestro interior, esa voz del Dios de la vida; desde la reflexiĂłn de la palabra de Dios profetizada, desde el Evangelio de Jesucristo y desde la oraciĂłn, para llegar a alcanzar esas actitudes positivas del ser humano justo y bueno que hemos mencionado.
Al igual que a los discĂ­pulos de JesĂșs Nazareno, nos cuesta mucho entender no sĂłlo su pasiĂłn, su muerte y su resurrecciĂłn, sino las nuestras; y mĂĄs aĂșn, tener la total seguridad de que estamos y estaremos siempre en las manos del Dios creador y dador de vida. Que en nuestra existencia nuestra impotencia es como la de ese niño al que se refiere JesĂșs que quisiera ser tambiĂ©n el primero en todo y no puede por sĂ­ mismo. Que en nuestra vida no han de tener importancia las diferencias y los rangos sino las experiencias de comuniĂłn y de entrega, y que hemos de aceptar siempre a los mĂĄs pequeños, dĂ©biles y necesitados, a los que menos cuentan en este mundo, a los que no tienen poder, defensa, derechos, voz, recursos
 sin sopesar si son o no inocentes sino mirando su fragilidad y vulnerabilidad. En el Reino de Dios que nos trae Jesucristo Ășnicamente podemos alcanzar la gloria, la grandeza y el honor, desde la entrega, el servicio desinteresado a los demĂĄs y el verdadero amor.

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