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miércoles, diciembre 11, 2024

Tercer Domingo de Adviento, «Gaudete»

Fortaleced el corazón para esperar con alegría la venida del Señor.

Citas: 1ª lectura: Isaías 35,1-6a.10.   Salmo: 145 Ven, Señor, a salvarnos.    

2ª lectura: Santiago 5,7-10. Evangelio: Mateo 11,2-11.  

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Hemos de estar muy atentos a las distintas maneras de violencia y destrucción que se generan en la sociedad, algunas muy sutiles y por ello las más eficaces en la destrucción de la liberación de las personas, de su crecimiento y de sus vidas. Necesitamos luchar contra cualquier forma de opresión y de injusticia, desenmascarando todos los mecanismos que las generan pero, pensamos ingenuamente que esto sólo se consigue desde el enfrentamiento y la violencia. Los valores con que hemos venido construyendo este mundo son distintos a los verdaderos valores que Dios considera fundamentales en su proyecto de vida y felicidad para la humanidad. No podemos construir nada positivo desde la competencia, los intereses económicos, el egoísmo, la opresión, las guerras… La paciencia y la esperanza de que todo, a pesar de nuestras mezquindades, cambiará para el bien de todos, debe de ser sinónimo de entereza, ánimo, y fe en el Dios, que desde nuestra creación hasta hoy nos ha venido posibilitando la existencia. No tiene sentido esperar otras cosas que no merecen la pena.  No es nuestra vida personal lo que hemos de entender como fundamental, sino nuestra contribución a la vida en general, la que hay ahora y la que vendrá; por eso no debemos escuchar a los apocalípticos, ni a quienes nos amenazan con destruirnos con sus armas nucleares, sino a los que como buenos profetas están dispuestos a vislumbrar y a sacrificarse por construir la vida de un mundo futuro, nuevo y mejor para todos y no sólo para algunos. El Reino de Dios no se puede instaurar avasallando con rebeliones sino, como ocurre con la semilla, desde un crecimiento lento y paulatino, desde una esperanza en la lluvia caída del cielo; don de Dios; desde las labores y cuidados del labrador. En ese Reino que anuncia Jesucristo que con su venida y la entrega de su vida ha sembrado, es necesario que se vayan curando las cegueras de los que no ven o no quieren ver, las enfermedades y corrupciones de la carne y del alma, las sorderas de los que no les interesa escuchar los lamentos de los necesitados, ni las palabras liberadoras y salvadoras del evangelio. Hemos de sentirnos alegres por la venida de Jesucristo, por su proyecto vinculado estrechamente con las bienaventuranzas, por una salvación que alcance a todos los seres humanos; no podemos vivir desde el pesimismo de que no tenemos arreglo y es mejor que Dios nos extinga y aniquile por nuestras maldades y falta de amor y entrega, es preferible acoger las palabras de Jesucristo y  comprometernos con la vida, desde nuestra conversión personal en esa lucha contra el mal, y contra quienes lo sustentan y ocasionan. Nuestra actividad no debe ser de rebelión ni de juicio contra nadie, sino de entrega amor y compromiso en lo cotidiano para dar vida, alegría y esperanza a los maltratados por la propia vida y por los demás; a los últimos y, a los que ni ven, ni andan, ni escuchan, desde su egoísmo y pesimismo existencial; aceptando el mensaje y la vida de Jesús Nazareno como respuesta más esperanzadora a nuestras necesidades.                       

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